La emoción que vivo en las asambleas.

Muchos pueblos han usado asambleas para organizarse, mas en muchas de ellas se fraguaron las más grandiosas proezas humanas. Os voy a contar un poco sobre la historia de las asambleas y las intensas emociones que se despiertan en mí cuando asisto a alguna. En las asambleas veo desfilar ante mí la misma Historia de la Humanidad. Os contaré por qué…

Viajemos a la Antigua Grecia, por sus agrestes parajes de montañas oliva y soleadas costas turquesa. La Ekklesía (del griego convocar) en la antigua Atenas era la asamblea del pueblo que votaba las leyes escritas por la Bulé (el consejo de sabios situado en lo alto del monte Areópago). Ambos organismos de la democracia primitiva fueron fundados por Solón en 594 a.C. En Esparta la asamblea popular se llamaba Apellá, y en las otras polis Ágora (la plaza pública donde se concitaban  y se veían los vecinos).

Las asambleas populares de aquel entonces estaban formadas por varios miles de personas (43.000 en los días de Solón): prácticamente toda la ciudad reunida para discutir los asuntos importantes para todos. Naturalmente ni las mujeres ni los esclavos podían participar, y sólo los ciudadanos con cierta renta, por lo que para nosotros no puede ser entendida como una democracia plena, sino una que todavía estaba en fase primitiva e incipiente, pero para ellos sí que lo era.

Pericles («rodeado de gloria») fue un político, orador y militar ateniense (431 a. C. – 404 a. C.). Tuvo una influencia tan profunda en la sociedad ateniense que Tucídides (historiador y contemporáneo de Pericles) lo aclamó como el Primer Ciudadano de Atenas. Aunque el político Clístenes ya había introducido reformas al sistema ateniense, Pericles abogó por la democracia total para su época. Es decir, que la Ekklessía fuera la asamblea de todos los ciudadanos atenienses, independientemente de su riqueza.

El voto de las personas reunidas en las asambleas helénicas era directo e igualitario, mas todos tenían igual derecho a expresar su opinión con entera libertad de palabra. Algo emotivo y digno de ver. Allí se palpaba el verdadero latir del pueblo, la fuerza colectiva.

Otros pueblos del Mediterráneo antiguo tenían también sus asambleas, pues era una práctica ancestral de las tribus indoeuropeas. Se solían reunir en asamblea los más viejos y experimentados, y ellos eran quienes decidían. La más destacable en este sentido fue la civilización romana y su Senado (senex, anciano), que fue democratizándose o bien restringiéndose conforme el avance de los siglos.

Algunas asambleas han sido completamente decisivas en la Historia. Verdaderos centros de poder revolucionario y transformador, que cambió para siempre la singladura de nuestra especie.

Asamblea viene del francés assembleè (reunir, juntar), una palabra de fines del siglo XIII. El vocablo se popularizó a raíz de la Revolución Francesa, donde la más célebre asamblea fue la Asamblea Nacional francesa, que sirvió de puente entre los Estados Generales (otra asamblea del Antiguo Régimen, donde el poder civil siempre estaba en desventaja dado el sistema de votación frente a la nobleza y el clero) y la Asamblea Nacional Constituyente (donde dicho poder civil venció a los poderes nobiliarios y clericales para fundar un sistema nuevo).

Otra asamblea muy famosa e importante para el mundo actual fue la Convención de Filadelfia de 1787, de la que nació nada menos que la vigente Constitución de los Estados Unidos, el país hegemónico bajo cuyo mandato (imperium) vivimos en Europa.

Las aperturas de nuevas épocas casi siempre van precedidas de una asamblea. Los nuevos tiempos casi siempre se gestan en el corazón vivo de una asamblea. ¡Figuraos lo importantes que son las asambleas y la potencia transformadora que tienen!

Ya en el siglo XX, las más remarcables asambleas fueron las Duma (pensar, deliberar) durante la Revolución Rusa; un tipo de asamblea convocada por el monarca y parecida a los Estados Generales del siglo XVIII que he mencionado. En contraposición a las Duma, las fuerzas revolucionarias de los obreros y soldados pasaron a crear sus propias asambleas. Así enfrentaron al poder establecido con un contrapoder al margen, digamos un Estado paralelo luchando contra lo establecido. Estas asambleas proletarias y militares se llamaron Soviet (consejo) y fueron esenciales para alumbrar una nueva época de profundas transformaciones; nada menos que el poder soviético que dominó medio mundo durante la Guerra Fría.

El espíritu compartido de lo unísono y de lo trascendental respira en las asambleas… este sentimiento queda intacto a día de hoy cuando asistes a una. Fijaos en lo que os voy a decir.

Las sensaciones que vivo al asistir a una asamblea son una mezcla de calmado júbilo por vernos a todos allí reunidos y compartiendo una causa común. También siento una incontenible atención por lo que dicen las personas, todos en silencio, oyendo al que está hablando, sintiendo cómo se teje la historia del grupo. Me dan sensaciones de gran solemnidad por representar allí todos una especie de voz o espíritu más grande… que nos trasciende a cada uno.  

A veces las asambleas se truncan y las personas discuten acaloradamente, incluso enajenadas por la pasión. Cuando ocurre esto, hay una suerte de fuerza aplacadora del grupo, que insta a calmar los ánimos. Es un baile de energías, como en una pieza de Beethoven.

El sentir de cada asamblea siempre es único. Todo depende de lo que se diga, de quiénes lo digan, de cómo lo digan, de sus gestos, sus posturas… Se crea un sentimiento único de la energía de todos los asistentes, que siempre es distinto por las distintas personas que asisten, e incluso distinto al ser las mismas personas, pues siempre están en otro momento de sus vidas y hablan de otros asuntos de manera diferente.

Las verdaderas asambleas se decantan por una cosa u otra según esa especie de «sentir» de ese momento, una emoción que es única por la distinta energía de todos y cada uno de los participantes, únicos también en sí mismos, en un momento único también de sus vidas.  ¡Qué especiales momentos! Me imagino las asambleas importantes de la Historia, discutiendo sobre asuntos que iban a cambiar el curso de los acontecimientos. Qué ambiente debió respirarse en cada una…

Cuando asisto a una asamblea también puedo percibir un clima de grata hermandad. Se siente ser parte de ese grupo, en otras palabras, pertenecer a una comunidad y que no estamos solos. Se crean vínculos afectivos compartidos que producen actitudes positivas y empáticas de nosotros hacia el grupo, y del grupo hacia nosotros. Y ese contacto fraterno es algo valioso que nos lo llevamos puesto al salir.  

En las asambleas además me doy cuenta de que se da en todos los participantes un efecto muy peculiar y edificante. Me he fijado en que, cuando hablamos, damos siempre lo mejor de nosotros. A todos nos cuesta habar en público, exponernos al juicio de los demás, y por eso siempre nos preocupamos de mostrar a todos nuestra mejor versión posible. Elegimos las mejores palabras y la mejor manera que sabemos de hablar.

Las asambleas nos mejoran como seres humanos.  

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