Todo está conectado: actuar colectivamente para nuestra salud.

Todo está conectado. El Universo tiene sus normas desde siempre y para siempre, y esas normas rigen también nuestras vidas. Esta visión de la vida hace que cobre sentido natural la integración armónica del individuo en la familia, en el grupo, en la sociedad, en su propia especie y, por fin, en el resto de la naturaleza.

Pero esta perspectiva —si se quiere— holística, plantea la armonía como un principio de conducta que se basa en la lealtad. Toda norma social que agrede a la naturaleza en su estructura o en sus procesos sociales es una norma desleal, traiciona al ser humano.

Hoy, para muchos, se nos hace evidente la traición de las conductas sociales impuestas por el poder político, por este sistema de gobierno que muestra, cada vez con menos complejo, su faz totalitaria. Su violencia intimidatoria (vis compulsiva) ataca en primer lugar la libertad en sus formas de expresión social, y posteriormente, pone su atención en las formas de libertad individual. Se ha llegado a tal degradación del ser humano, que cualquier hombre o mujer de veinticinco o treinta años deseoso de ser padre o madre, ni se plantea esa posibilidad dadas las penosas condiciones actuales para el sustento de sus propias vidas. ¿Se dan cuenta lo que supone eso para una sociedad?

Correlativamente, el matrimonio o las relaciones de parejas estables (la unidad evolutiva más pequeña de nuestra especie) son atacadas por los mercados del capitalismo de Estado y por los pseudoideólogos con un fin común: aislar al ser humano para convertirlo en un consumidor compulsivo de productos materiales o virtuales, a la vez que demandante frente al Estado de seguridad y bienestar (¿?) a cambio de su libertad (¡!).

Este proceso de aislamiento social del individuo, que ya ha empezado, acabará con lo esencial de su naturaleza humana. Uno de los más reputados investigadores sobre la soledad, el profesor John T. Cacioppo, tiene señalados en su Teoría Evolutiva de la Soledad los efectos indeseables que acarrea la percepción del aislamiento social. Sirva decir únicamente que la soledad convierte a la persona en alguien susceptible, deprimido y centrado en sí mismo de forma desmedida, además de otros efectos fisiológicos que incrementan las posibilidades de muerte prematura en un veintiséis por ciento.

Naturalmente, esto implica una alteración neuronal de la estructura y de los procesos cerebrales con una evidente pérdida de tono vital. Y es que no debemos perder de vista que la plasticidad del cerebro permite una reacción adaptativa al medio, y si ese medio está diseñado para que resulte amenazante para el ciudadano —ya sea mediante la generación de miedos, o mediante la creación de unas expectativas de castigo a determinadas conductas sociales—, esa plasticidad acabará condicionando nuestro pensamiento (cerebro) para permitir su supervivencia con la evitación de esa amenaza; es decir, la evitación del contacto social. Ello supone una supervivencia del individuo a costa de su familia, su grupo y su sociedad o nación, como lo demuestra el descenso demográfico y la tendente desaparición de las señas de identidad cultural y sus valores.

Un mundo amenazante pasa así a ser para nosotros un mundo armónico, y por eso la deslealtad a la sociedad española es una constante de nuestra clase política. La crispación y el miedo son sus medios naturales.

Como he dicho, este sistema busca nuestro aislamiento porque nuestra fuerza está en la capacidad de actuar colectivamente. En este sentido, hay una investigación muy ilustrativa de lo que supone para los seres vivos el comportamiento social frente al comportamiento individual. Lo describe el profesor Cacioppo en su libro Introduction to Social Neuroscience, haciendo alusión a la langosta del desierto (desert locust). Este insecto tiene la característica de alternar modos de vida asocial con modos de vida social. Los estudios realizados sobre esta especie demuestran que cuando pasa del estado solitario al estado social —formando las temidas plagas— el cerebro de la langosta crece aproximadamente un treinta por ciento, un crecimiento que le permite servir mejor a las condiciones de interacción con los demás miembros de la plaga. Pues bien, cuando esta langosta vuelve a su estado solitario, el tamaño de su cerebro pierde el volumen ganado durante el estado social.

El ser humano es un animal que necesita vivir en sociedad, y debemos aprender a actuar colectivamente para preservar nuestra salud personal con una adecuada salud social. Para ello el único camino es crear una sociedad en la que imperen los principios de lealtad y verdad (hacia nosotros y los demás), y de libertad (en colectivo).

Cincinnatus.

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