Todos necesitamos terapia.

La palabra «terapia» viene del griego therapeuein que significa cuidar, atender. Este vocablo a su vez deriva del verbo therapon, que designa al escudero, el que ayuda al guerrero.

Todo guerrero, por poderoso y valiente que sea, necesita de su escudo. Mas en toda aventura que se precie, el héroe siempre necesitará ser ayudado por alguien en determinado momento.

Todos necesitamos cuidarnos. Todos nos merecemos las mayores atenciones, respeto y cuidados. Esto es lo que se llama amarse a uno mismo. Y también, como todos necesitamos del prójimo para subsistir y vivir felizmente, también necesitamos apoyarnos en los demás y ser cuidados por la gente que nos ama.

A más desarrollada está la consciencia de una persona, mayor es su sensibilidad. Conforme más sensible es una persona, más cuidado, delicadeza y detalle pone a cada aspecto de sus relaciones. De esta manera, mayor es el amor que es capaz de brindar a los demás, y mayor amor es capaz de experimentar de los demás. Amar y ser amados, cuidar y ser cuidados, son las experiencias humanas más sublimes y exquisitas.

Practicar esto nos hace felices. Practicar la felicidad es sabiduría: el arte de vivir bien.

El otro día organizamos un evento para poner en liza, de manera pública, estas verdades tan valiosas. Elegimos el día 30 de enero del 2023, aprovechando que en los centros escolares se celebra el Día de la No-Violencia, y se cumplen 75 años desde el fallecimiento del Mahatma Gandhi: el más célebre adalid de la no-violencia como filosofía y como modo de vida.

Nuestro humilde homenaje estaba concebido para compartir mensajes de paz y de consciencia social. Queríamos animar a las personas a que se impliquen activamente con los problemas del mundo, que tomen acción en lo colectivo, porque también es una faceta importante de la experiencia humana. Íbamos a ir pasando el micrófono para ir compartiendo con los demás nuestros mensajes y cualquier cosa que quisiésemos expresar. Era un evento para escucharnos unos a otros, para mirarnos, sentirnos y aceptarnos.

Algunos os preguntaréis, legítimamente, ¿y qué tiene que ver el Mahatma Gandhi con hacer eso? Pues mucho… quedaos conmigo y lo veréis.  

Gandhi era un hombre de acción. Dijo el Mahatma: «Mi mensaje es mi vida».

Es indudable que Gandhi se convirtió en una figura política de primer nivel; en uno de los líderes más importantes de la Historia. Fue célebre por haber derrotado a todo un Imperio mediante la práctica de la no-violencia. Insistió e insistió durante décadas, hasta que al final venció a un invasor aparentemente más poderoso.

Pero la no-violencia que él promovía no implicaba ser pasivo, desentenderse del mundo y no hacer nada, lo que vulgarmente se conoce como «Ir a tu bola». Él hacía todo lo contrario: se involucraba activa y constantemente para combatir la injusticia; era incansable promoviendo acciones prácticas y soluciones concretas.

Él llamó a su filosofía de la no-violencia el Satyagraha que se puede traducir como la «verdad insistente» (del vocablo satya «verdad» y agraha «insistencia»). La clave de la no-violencia es la práctica, y no sólo eso, sino la insistencia. La práctica insistente. Y entonces descubrió que la no-violencia, la resistencia e insistencia pacífica y la desobediencia civil firme y constante, es la vía más poderosa y estable que existe de transformación social.

¿Por qué digo que es la más poderosa y estable? Porque se trata de una gesta espiritual.

En este punto os preguntaréis, también legítimamente: ¿Qué es ser espiritual? Os voy a decir mi opinión.

Para mí, la espiritualidad es, simplemente, la verdad. Ser espiritual es ser verdadero.

Primero: porque el espíritu es el sustrato del mundo físico, de lo que percibimos como el mundo real. Las evidencias científicas lo demuestran. En el vacío hay un constante burbujeo de partículas sin masa que no existen, denominadas partículas virtuales, que de pronto pasan a tener masa y saltan a la existencia física.

Segundo: porque en términos de ética y de moral (ámbitos inasibles e incorpóreos), la verdad es muy sencilla. La verdad ética consiste en hacer el bien. El bien necesita de una actividad (acción u omisión) para convertirse en bien.

Y ahora, en consecuencia con lo dicho, os preguntaréis: ¿Y qué es hacer el bien?

Pues muy sencillo: el bien es cuidarte a ti y a los demás. Es percibir a los demás como a ti mismo. Es conocer y sentir, uniendo mente y sentimiento, que los humanos no somos seres separados, sino que todos pertenecemos una misma Familia Humana. Yo soy tú. Tú eres yo.

Cuando comprendes e integras esta verdad, entonces vives de otra manera. Sabes que cuando tú das a los demás, te estás dando a ti mismo. Cuando ayudas al prójimo, te ayudas a ti. Descubres, en suma, que Dar es crecer. ¡Entonces vives en un mundo de abundancia incomparable!  

Y de esta suma se extrae la enseñanza contraria: que si haces daño a otra persona, te haces daño a ti mismo. Elevas tu consciencia en cada pequeño acto que haces, porque sabes que podrías dañar a otro, y en consecuencia, a ti mismo. Esto es para mí ser espiritual.

Pero no olvidemos que lo más importante es la práctica diaria, en los actos cotidianos, y con todas las personas sin excepción. Porque si no es así, no hay crecimiento espiritual y vives una falsa espiritualidad.  Una persona espiritual no se aísla en su Torre de marfil donde todo es «perfecto», ni tampoco se vuelve etéreo y desaparece del mundo real, mirando para otro lado en su burbuja. Nada de eso.

Ser espiritual consiste en bajar al barro, internarse en las tenebrosas sendas que nadie quiere transitar. Y siempre en cada pequeño acto diario, por insignificante que parezca. Dijo el Mahatma:

«Casi todo lo que realices será insignificante, pero es muy importante que lo hagas».

Es difícil practicar la consciencia del Único Ser de manera verdadera y constante, todos los días, con nuestra familia, nuestros vecinos, con desconocidos, y también con aquellas personas que no nos caen bien. Estos últimos son precisamente los mayores maestros de todos, los que más nos ayudan a crecer, porque si todos somos Uno, y aquel fulano me cae mal, es porque refleja una desarmonía que está en mí.  ¡Gracias por darnos la oportunidad de aprender!

El crecimiento espiritual está en la aventura de la vida. Está saliendo ahí fuera, echándote al mundo e involucrándote con tus semejantes, con sus luces, con sus sombras y con sus problemas… ¡porque son también los tuyos! Ayudad al que tenéis al lado. Ayudad al colectivo porque también sois vosotros. Dad y creceréis. 

No quiero decir con esto que carguéis vosotros con las piedras que corresponden a los otros. Nada de eso: cada uno necesita superar su propias pruebas para aprender y perfeccionarse, y no hemos de interferir en ese sagrado proceso que le ayudará a desarrollarse. La verdadera ayuda al prójimo es la simple compañía. Es estar ahí,alentarle a que saque lo mejor de sí mismo, comunicándole nuestro cariño y atención, recordándole que Somos Uno.  La compañía es sanadora.

Esta práctica de crecimiento espiritual pasa por todas las dimensiones y facetas del ser humano, y por supuesto, también pasa por una a la que no nos gusta mirar: la política, la dimensión colectiva de organización pública.

Mucha gente que se autodenomina espiritual rechaza la política o la evita. Piensa que es una materia desagradable, sucia, que divide a las personas… Y no les falta razón.

Pero si no queremos mirar ahí… es porque hay un problema, ¿verdad? Un problema muy gordo. Entonces, ¿acaso no hay ahí una oportunidad única para crecer espiritualmente? Yo añadiría que es la más grandiosa ocasión que tenemos para crecer espiritualmente. Cuando tú te sanas individualmente, estás ayudando a sanar a toda la humanidad. Y cuando te embarcas en sanar al colectivo, te estás sanando a ti mismo. 

Si miramos para otro lado, si rechazamos y evitamos la política, entonces estaremos haciendo crecer una Sombra, un rincón al que no queremos mirar. Y allí donde no se mira, allí donde no se arroja Luz, la Sombra crece… los monstruos anidan y las tinieblas nos controlan. Hay una frase de C. Jung que dice:

«El tesoro que más ansías está en la cueva que más miedo te da meterte».  

Así que os animo a que practiquéis la espiritualidad también en lo político. Os animo a la acción, a la movilización, a involucraros activamente. Así como todos formamos parte de una familia, con sus problemas que no debemos desatender, todos pertenecemos a un país que no debemos desatender, y mucho menos repudiar. 

Con esto no estoy diciendo que ahora defendáis a un partido o a otro, os convirtáis en hooligans de una facción o de otra, y que entréis en el bucle donde al sistema le interesa que andemos metidos, como si fuésemos un hámster en una rueda. Nada de eso. Tan sólo os incito a mirar a la política con más profundidad: por encima de ideologías, de partidos, de izquierdas o de derechas, porque todos somos un Único Ser, más allá de estas etiquetas.

No cabe duda de que el Mahatma Gandhi era una persona espiritual. El Maestro Jesús también era espiritual. Pero, ¿acaso eran hombres que no se implicaban? ¿Acaso se desentendían del mundo y de los problemas de los demás? ¿Evitaban ensuciarse y sólo iban a lo suyo? Todo lo contrario. Su actividad era incansable. Eran torbellinos de actividad y cambio. Ayudaban a todos.  Estaban siempre en acción y eran los primeros en movilizarse para desafiar la injusticia, y no con palabras, sino con su ejemplo vivo.

Y por eso dijo el Mahatma que su vida fue su mensaje. Os aliento a que seáis también sanadores. Terapeutas de vosotros mismos y del mundo. Porque si queréis cambiar el mundo, debéis cambiar primero vuestros propios hábitos de vida: cambiad vuestros actos diarios, el tiempo que dedicáis cada semana a alguna causa social. Por amor y solidaridad al colectivo, dedicad aunque sea una pequeña fracción de tiempo cada semana a la acción política. Haced algo, por pequeño que sea, por solidaridad a vuestro país, por cuidado y amor hacia el resto de las personas, que sois también vosotros. 

Que vuestra vida sea vuestro mensaje.

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