Domingos de Acción Constituyente: 27 de noviembre de 2022.

Con heroica determinación, salimos un nuevo domingo a reivindicar el poder constituyente del pueblo español. Nuestra consigna es que no hay revolución verdadera si no es pacífica.

Será pacífica o no será revolucionaria: porque si es violenta, caeremos de nuevo en los errores del pasado, y por tanto, ya no será algo nuevo, ya no será «revolucionario».

No niego que las revoluciones francesa y soviética (ambas violentas y fracasadas) no fuesen revoluciones: lo fueron para su época, para su tiempo. Pero para nuestra época, repetir tal barbarie ya no es revolucionario, sino algo propio del pasado: repetir y caer otra vez en lo mismo. En nuestro tiempo, o la revolución es pacífica, o no es revolucionaria.

Y ni que decir tiene, que las antedichas revoluciones fracasaron en realidad, porque de quitar una tiranía, impusieron otra. La de nuestro tiempo persigue quitar una tiranía para que nadie ejerza ninguna: perseguimos, por el contrario, un sistema; instituciones inteligentes y reglas de juego para evitar el abuso de poder.

A diferencia de todas las anteriores, nuestra revolución pacífica no busca el poder para nadie: busca mermar el poder para todos.

Hoy en la plaza estuvimos Manuel, Luisa, Juanlu, Oliver, Juan, Eliseo, Pascual, Luis, Vishnu, yo y otros más… camaradas unidos frente al poder, ¡para restarle poder al poder! Luchadores por unas reglas institucionales que el día de mañana eviten el abuso al pueblo, y que permitan a las generaciones venideras defenderse de los abusadores políticos que hoy nos pisotean y destruyen nuestra nación. ¡Prevenir el abuso de un ser humano a otro es la libertad!

El No hay democracia volvió a ganar por goleada (más que la de España a Costa Rica):

Entre los que dieron el sí, me resultó llamativa la actitud de un señor que dijo: «¡Hay democracia porque votamos y os podéis manifestar aquí hoy!», a lo que Eliseo respondió: «¿Pero usted quiere escucharme?», a lo que el señor le contestó: «¡No!».

Tal vez ese señor no quería enfrentar el hecho de que él no elige a los diputados de la lista que vota; que tales diputados no obedecen a los votantes sino al partido; que los partidos manipulan el poder legislativo y judicial; que la nación española nunca ejerció su poder constituyente; que la «Transacción del 78» fue un pacto de las oligarquías para fundar sus cortijos partidocráticos; que el derecho de manifestación no implica que haya democracia, sino que es posible en las oligarquías; o que los regímenes patridocráticos como el nuestro fueron históricamente apoyados e implementados en Europa por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, al ser más fácilmente controlables por dichas potencias. De aquellos barros… ¡estos lodos!

Tal vez, ese señor no quiso reflexionar ni un ápice sobre los lodos de hoy y los barros del ayer. El rechazo absoluto a nuevas ideas, sin escuchar nada y en mantenimiento acérrimo de lo que uno está convencido previamente, me recordó a una cita de Carl Sagan:

Si te someten a engaño durante demasiado tiempo, tiendes a rechazar cualquier prueba de que lo es. Encontrar la verdad deja de interesarte. Porque es demasiado doloroso reconocer, incluso ante ti mismo, que has sido engañado.

¡Cuán doloroso es para el ego reconocer una equivocación! Reconocer el error, o al menos abrir la puerta a examinarlo tras un debate honesto, exige muchísima humildad. La humildad viene del humus, tierra en latín: ¡de lanzarse al barro y tocar la tierra con las rodillas! La humildad con uno mismo implica la capacidad de asumir nuevas realidades, de rectificar ante un nuevo conocimiento que no sabías y no autoinculparte por ello.

La humildad es una de las virtudes del revolucionario: el estar dispuesto a asumir otras realidades más elevadas y perfectas, completamente diferentes a lo antes visto, bañadas por una nueva Ciencia. Esa dificilísima batalla interior es digna de los más heroicos guerreros, pues supone enfrentarse a lo más poderoso que existe: la verdad. Y hemos de librarla con nosotros mismos antes de pretender llevarla hacia el exterior. El revolucionario de la libertad primero ha de liberarse a sí mismo.

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