Reflexiones revolucionarias.

La idea de revolución está en el aire. Cada vez hay más personas que la pronuncian aunque, ciertamente, sin saber muy bien qué quieren decir con ello. Otros, muy pocos aún, pero muy valientes, la invocan para marcar un camino.

Hace unos días, la periodista Cristina Fanjul, tras una entrevista al Coronel Pedro Baños, afirmaba lo siguiente: «El coronel dice en su próximo libro que le acusarán de revolucionario y estarán en lo cierto».

Igualmente, el pasado 15 de octubre tuvimos la suerte de poder asistir a un coloquio en el que participaron Cristóbal Cobo y Javier Torrox y donde se habló abiertamente de una necesaria revolución política.

Para colmo, mientras estoy escribiendo este artículo, un amigo me deja en mi mesa de trabajo un artículo publicado por El País (eso lo dice todo) el 6 de noviembre que se titula Seis motivos por los que hoy no es posible la revolución, escrito por Byung-Chul Han, quien firma como filósofo ensayista y profesor en la Universidad de las Artes en Berlín.

Al respecto del artículo, solo diré que tras exponer sus seis motivos el autor concluye diciendo: «Que en Europa hayan surgido fuerzas populistas de derechas tiene que ver justamente con el miedo. La fuerza opuesta, el antídoto a la angustia, es la esperanza. La esperanza nos une, crea comunidad y genera solidaridad. Es el germen de la revolución. Es un brío, un salto, Bloch dice incluso que la esperanza es “un sentimiento militante”. Ella “enarbola el estandarte”. Nos abre los ojos para una vida distinta y mejor. La angustia se nutre de lo pasado y del resentimiento. La esperanza abre el futuro. Lo único que puede salvarnos es el espíritu de la esperanza. Solo ella despliega el horizonte de sentido, que reanima y estimula la vida, y hasta la inspira».  Se podría aceptar todo lo anteriormente dicho por el citado autor siempre que se extirpe de la palabra esperanza la connotación de esperar, ya que las revoluciones acaecen por una situación política insostenible.

Pero ¿qué se entiende por revolución política? Si buscamos la definición del término «revolución» (política), por ejemplo, en la enciclopedia británica, nos encontramos con un concepto bastante confuso y confundente, ya que en el desarrollo de la explicación —crucial para entender la historia política moderna—, la fuente consultada cita la Revolución americana de las trece colonias, la Revolución francesa y la Revolución rusa, sin señalar que la única revolución que triunfó fue la americana.

Hay que recordar que Condorcet, en 1793, afirmó que la palabra revolucionario puede aplicarse únicamente a las revoluciones cuyo objetivo es la libertad. Asumiendo por tanto que el objetivo de toda revolución es conquistar la libertad para todos los miembros de una nación, debemos denunciar cualquier afirmación que haga creer que la Revolución francesa o la Revolución soviética triunfaron, porque eso es falso.

Toda revolución se compone de dos momentos esenciales, el primero consiste en el proceso de liberación del sistema de poder claudicante, el segundo consiste en alcanzar la libertad política, consistente en la participación del ciudadano en los asuntos públicos o en su caso en la entrada en la vida pública a través de la incorporación a la clase política.

Actualmente no hay participación de la sociedad civil, esto es, del ciudadano en los asuntos públicos, porque la estructura política es oligárquica, y solo aquellos que deciden aceptar las reglas de juego impuestas por la llamada Constitución española acceden a la clase política con la absoluta renuncia a su propia libertad política para defender exclusivamente las directrices de su facción estatal.

Por otro lado, repárese en que el terror que despierta la palabra revolución nace de un concepto político diseñado para vivir esperanzadamente en la conservación de la oligarquía gobernante. No es casualidad que cada vez que se invoca la palabra revolución aparezca en nuestro subconsciente esta idea ligada a las revoluciones sangrientas y fracasadas, esto es, a la francesa o a la quizá más tenebrosa soviética.

Debemos esforzarnos en clarificar el verdadero concepto de revolución, haciendo ver a la parte más valiente y lúcida de la sociedad española que solo cabe hablar de revolución política cuando el propósito perseguido en ese movimiento es la conquista de la Libertad política para la sociedad gobernada, formando movimiento que por naturaleza es pacífico, ya que no se puede imponer violentamente la libertad a nadie; puesto que en ese mismo acto dejan de ser libres el agente que la impone y quien es objeto de esa imposición.

Asimismo, debemos recordar que, si en un proceso verdaderamente revolucionario aparece la violencia, nunca procederá de quienes buscan la libertad sino de quienes se resisten a entregar el poder oligárquico a la nación que someten a su gobierno; ya que, como sabemos, la soberanía la ostenta quien tiene el monopolio de la violencia, quien controla al Estado.

Y en ese caso, dependerá de la valentía de la sociedad española, de nosotros mismos, estar a la altura de la Historia o no.

Cincinnatus.

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