Domingos de Acción Constituyente: 16 de octubre de 2022.

Llegamos a nuestra cita en el ágora Pre-Constitucional de Málaga, o lo que nosotros llamamos «Plaza de la No-Constitución», en un nuevo día que amaneció lluvioso. Por el camino nos encontramos a Emilia y a Maricarmen, que iban ya para allá. Nos sentíamos llenos de entusiasmo a pesar de la lluvia, porque ayer asistimos a unas magníficas conferencias sobre la Libertad Política Colectiva de nuestra nación.  Es una experiencia como pocas el estar en una sala con más de doscientas personas pensando en la revolución durante todo el día.

Muchos de los que piensan que la revolución es «imposible», «una utopía», o que están sumidos aún en el derrotismo (cuando no en el más absoluto cinismo, apatía o misantropía hacia la sociedad), es porque probablemente nunca han vivido algo así. Ellos nunca han estado reunidos en hermandad con ocasión de un fin revolucionario y superior a ellos mismos. Son percepciones que las palabras no pueden abarcar porque vienen de las dimensiones trascendentales; las realidades colectivas que trascienden por definición al ser individual.

En la plaza estuvimos Joana, Eliseo, Luisa, Emilia, Maricarmen, Elvira, Maverick y Juan. Pasó una procesión de la bellísima Virgen de la Cabeza delante nuestra, acompañada de una verdadera marea de personas que contemplaron el mensaje que llevamos al pueblo.  

Como muy esperada novedad, por fin pudimos hacer uno de una pizarra muy cuqui creada por nuestra querida camarada Rocío Reina. Con esta pizarra invitamos a las persona a marcar con un «I» si en España hay democracia o si no hay democracia, con el fin de hacerlos reflexionar y entablar conversación con nosotros:

¡Al final  parece ser cierto eso de que la hegemonía cultural ya la tenemos! Poca gente he visto de la calle que diga que España es una democracia, y desde luego, a ninguno que sostenga tal afirmación después de razonarlo con argumentos y conceptos. Tal es así que la única persona que marcó con un «Sí» era un buen hombre que venía de Jordania, y tras conversar con él asentando definiciones, al final cambió de opinión.  

Me resulta curioso que tantos pensemos igual, y que tantos, en cambio, no confíen en que sea posible la revolucionaria caída del Régimen del 78 y la liberación de nuestro pueblo. A estas personas les recomendaría leer buenos libros, estudiar el apasionante y sorpresivo devenir de la humanidad en tantas épocas pretéritas, tan rebosantes de episodios heroicos y de «imposibles» que luego sucedieron. Los buenos libros, los clásicos, son como el agua más fresca y burbujeante, cuyo fluir calma la mayor sequedad del ánimo.

Os cito verbigracia al maestro Emerson:

Confía en ti mismo: cada corazón vibra según esa cuerda de hierro.  Acepta el lugar que la divina providencia te ha otorgado, la sociedad de tus contemporáneos, la cadena de los sucesos. Así lo han hecho los grandes hombres: como niños, se han encomendado al genio de sus tiempos, y su entendimiento ha manifestado que aquello que realmente merece la pena se encontraba a su lado, trabajando a través de sus manos y dominando su ser. Ahora somos hombres y debemos aceptar con la mayor altura de miras el mismo destino trascendental; no somos menores ni inválidos resguardados en un rincón, ni tampoco cobardes que huyen ante la revolución, sino guías, redentores y benefactores que siguen el todopoderoso esfuerzo y que superan el caos y la oscuridad.

(…) En eso consiste el genio, en creer en tu propio pensamiento, creer que lo que es verdadero para ti en tu corazón lo es también para los demás. Otórgale voz a la convicción que late en tu interior y ésta adquirirá un significado universal, pues lo íntimo, con el tiempo, se transforma en lo general, y nuestro primer pensamiento volverá a nosotros con las trompetas del Día del Juicio. Por muy familiar que les sea la voz de la mente a cada uno de ellos, el gran mérito que concedemos a Moisés, Platón y Milton consiste en que todos ellos reducen a la nada libros y tradiciones enteras, y escriben no lo que piensan los hombres sino lo que piensan ellos mismos. La persona debe aprender a detectar y a atender ese destello de luz que cruza su el interior de su mente en lugar de admirar el lustre del firmamento con sus bardos y sabios.

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