Que tenga que salir yo en defensa del rey…

Lo que hizo Podemos este verano contra el Rey de España, con Pablo Iglesias a la cabeza, es populismo, poniéndose a la misma altura que los AMLO de turno. Las feroces y oportunistas críticas de éstos no tardaron en resonar en los cuatro vientos cuando Felipe VI no se levantó al paso de la espada de Simón Bolívar durante la toma de posesión de Gustavo Petro en Bogotá (Colombia), aludiendo a que es una falta de respeto que un jefe de un Estado no se levante ante la espada del considerado libertador. Pero no señalan que no fue el único, como así lo demuestran diferentes imágenes donde se ve que los presidentes de Argentina y Costa Rica también permanecen sentados.

¿Es una falta de respeto no levantarse con el paso de la espada de Bolívar? No, simplemente no es un símbolo nacional como sí lo son la bandera, el escudo y el himno. No lo exige el protocolo, ni siquiera pasear la espada de Bolívar es un acto que se haga en otras tomas de posesión; es sólo un gesto de populismo negro legendario más, como a los que estamos acostumbrados últimamente en los países hispanos. Pero ya tienen una excusa más para seguir intentando integrar a las masas antimonárquicas (que no republicanas) en el Estado.

Con esto, Pablo Iglesias intentó resucitar la atención hacia su partido moribundo, con una pasión muy viva en buena parte de la población: el desprecio a la institución monárquica. Una institución que no es monárquica más que por el nombre, porque no es la cabeza de un poder monocrático, sino que simplemente es un componente más de la oligarquía como forma de gobierno, donde la institución monárquica ni siquiera tiene poder, sólo puede aspirar a tener autoridad. Con este tipo de gestos, esta izquierda indefinida oportunista pretende conseguir mantenerse en el poder del Estado antirrepublicano de partidos.

Un Estado de partidos sin institución monárquica es un régimen igual de antirrepublicano que uno con institución monárquica, no cambia ni un ápice su funcionamiento, simplemente ofrece un cambio cosmético haciéndolo pasar como si fuera un cambio sustancial, para que todo siga igual: oligárquico, despótico, enemigo de la nación y antirrepublicano.

Según Cicerón, la res publica es «lo que pertenece al pueblo» como «el conjunto de una multitud asociada por un mismo Derecho que sirve a todos por igual». La república como contraria a la monarquía es una simpleza moderna que no tiene más que una referencia histórica cierta; y es que con la Monarquía Absoluta no existía la res pública, ya que el Monarca fue absoluto en tanto que soberano político y jurídico, y por tanto, esa monarquía fue contraria al régimen republicano. Fue la recepción del Estado (moderno) por parte del rey que le convirtió en absoluto, puesto que reunió en su persona la violencia, el derecho, la tributación y la burocracia. La Monarquía Absoluta se erigió como una especie de teocracia bajo la doctrina del Derecho Divino de los Reyes uniendo la Iglesia con el Altar.

Durante la Revolución Francesa hubo un traspaso de poder de la Monarquía Absoluta (no del Antiguo Régimen) a la nación política, convirtiendo a la nación en virtualmente republicana, pero en la práctica en sujeto explotado desde el Estado (moderno). La soberanía nacional es una ficción, sólo una clase (política, dirigente…) tenía la capacidad de gobernar y de decidir sobre la nación mediante la soberanía. Es más, con la nación política como virtualmente soberana creció el derecho público a través del derecho administrativo, y por tanto, una capacidad más del Estado de decidir sobre los nacionales sin los nacionales.

Esta nueva especie de despotismo no fue lo único que se traspasó, puesto que el carácter teocrático del régimen anterior —que lo era por la capacidad del Estado (moderno) para conseguirlo—, lo fue también con la nación política. Despojado del Estado el altar, aquél se convirtió en ente ordenador de la comunidad nacional; pero también despojada la Iglesia, se convirtió en un sistema de creencias donde las ideologías se convirtieron en las nuevas religiones heréticas de la población.

La modalidad estatal de la partidocracia no es más que un Estado (moderno) con una forma de gobierno oligárquico (las personas que están en las cúpulas de los partidos), donde los partidos se presentan ante la sociedad de masas con unos postulados ideológicos que serán en el Estado impuestos a toda la población vía coerción. Podemos sólo aspira a tener más poder en este Estado despótico antirrepublicano.

Los partidos son los amos de lo político que impiden la República. Sólo el control y la conexión de la nación con el Estado, mediante «instituciones inteligentes», consistentes en un sistema representativo (que los electores puedan elegir y deponer a los diputados, y que no sea potestad de los partidos) y elección directa al presidente del gobierno, con separación de poderes que los enfrente para controlarse (un poder frena a otro poder), harán posible una República con Estado (moderno), devolviendo la cosa pública al pueblo.

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