La Libertad Política Colectiva para evitar la guerra y la depredación de las oligarquías. Un avance moral de la raza humana.

La situación política y económica es cataclísmica en Europa, y por extensión, en España. La égida de las potencias militares que se repartieron nuestro continente en 1945 deja, todavía hoy, nuestros destinos en manos de intereses extranjeros en colisión. La contienda por los recursos dispara el encarecimiento de los productos básicos, y la política exterior de un testaferro de los EE.UU como Presidente de España cierra los conductos argelinos y nos ponen a merced de las ambiciones expansionistas del Rif que claman venganza. Mientras, en las calcinadas estepas del Don, vuelve a cernirse un terror nuclear mucho peor que el de Chernóbil al estar provisto esta vez de casus belli.

¡Qué panorama mis camaradas! ¿Y sigue la sociedad española ciega ante los acontecimientos? Es porque la bruma de la hiperinformación hace bien su trabajo; si antes los panfletos se prohibían o arrojaban a las hogueras, hoy estamos en el extremo contrario: a los ilotas contemporáneos nos sepultan con aludes de noticieros irrelevantes ad nauseam hasta colapsar toda disidencia mental, y por ende, política.

La Libertad Constituyente de un pueblo consciente puede revertir la situación; consciente de que vive sometido moral, jurídica y económicamente, primero, y consciente de cómo ha de liberarse moral, jurídica y económicamente, segundo. El revolucionario plan de fuga es someter a los que hoy nos someten: si bien hoy vivimos sometidos a la clase gobernante, nuestra liberación consistirá en someter a la clase gobernante.

Una consciencia revolucionaria comprende la Ley ancestral. El fuego no se aplaca con fuego, y a espada muere quien a espada mata. Es por ello que el sometimiento a la clase gobernante se ciñe a la avaricia y no a las personas que detentan el cargo, un cargo que tras el periodo constituyente son verdaderas cargas: las cargas verdaderas de un pueblo a sus hombros. ¡Con qué honor y prudencia han de llevarse, siempre de manera temporánea y coyuntural para que el alma no se enferme!

Exentos de legítimo cargo, elección o refrendo, en las postrimerías de la Primera Guerra Fría, año 1978, siete patriarcas urdieron a puerta cerrada una Carta Otorgada del Estado español para que la clase gobernante sometiese al pueblo. De aquellos barros estos lodos. La clave para revertir la situación actual es que ahora el pueblo elabore una Constitución para someter a la clase gobernante.

Si queremos sobrevivir a la Segunda Guerra Fría, la raza humana ha de despertar a un nuevo horizonte moral. Esta fue la misión de Cristo y otros maestros que enseñaron un paso más en la realización de la especie humana: respetar la vida de todas las personas de manera verdadera y no figurada, sin pretextos ni excepciones. Respetar al otro y a ti mismo, no hacerle daño a otro ni a ti mismo. ¡Qué sencillas son las enseñanzas del Maestro Jesús y cuánto nos sigue costando comprenderlas! ¡Con qué lentitud aprende la humanidad! Pero estamos listos para pasar de curso en el último examen que nos brindan los tiempos. Tal vez el audaz pueblo hispano retome el testigo de ser esa misma Luz que fascinó a Occidente en Tartessos, o dos milenios después, con el Nuevo Mundo. No hay dos sin tres, dicen; la terna hispana culminará entonces con el advenimiento de la Libertad Política Colectiva como contribución final al desarrollo moral de la humanidad y la consecuente evitación del daño colectivo: esto es la capacidad de la nación para limitar las negras ambiciones de los gobernantes, y encadenarlos para siempre con los lazos del común sentir que late en la llaneza de todos los pueblos.

Porque, ¿qué diferencia hay entre un español, un marroquí o un ucraniano, si no son los abismos de ambición de sus respectivos soberanos? ¡Paremos la guerra y la depredación poniendo cadenas a las oligarquías que las instigan! Si los pueblos son los que las sufren, ¡hagamos soberanos a los pueblos para que las eviten!

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