La abstención activa, el único ejercicio significativo de libertad.

Sin tiempo para poder adaptarnos a los permanentes cambios legislativos, nuestro Sistema de gobierno ha visto una gran oportunidad en el confinamiento pandémico impuesto en Occidente, de tal modo que, lo que venía siendo una gradual burocratización de la Administración pública, con la tecnología se ha dado un paso definitivo, de suerte que el ciudadano ha acabado por ser un obligado a, por ejemplo, presentar telemáticamente la información fiscal requerida; un obligado a presentar telemáticamente la solicitud de una licencia para una actividad determinada; un obligado a pagar con tarjeta electrónica los impuestos anuales, porque el dinero emitido por el Banco Central Europeo en moneda física ya no la aceptan; un obligado a presentar telemáticamente la documentación necesaria para la defensa de sus derechos ante los Tribunales de Justicia; y todo ello, sin la menor posibilidad de protesta o resistencia.

Sin embargo, el proceso ya fue vislumbrado y descrito hace tiempo por la lúcida pensadora Hannah Arendt, quien, con su característica precisión, en su libro titulado Sobre la violencia (1969) señalaba lo siguiente:

Finalmente —volviendo a la denuncia del sistema llevada a cabo por Sorel y por Pareto—, cuanto mayor sea la burocratización de la vida pública, mayor será la atracción que ejerza la violencia. En una burocracia totalmente desarrollada no queda nadie con quien debatir, nadie a quien presentar quejas, nadie sobre quien pueda ejercer presión el poder. La burocracia es la forma de gobierno que priva a todos de la libertad política y de la capacidad de actuar, porque el gobierno de Nadie no deja de ser un gobierno, y porque allá donde todos carecen igualmente de poder lo que existe es una tiranía sin tirano.

La característica crucial de las protestas estudiantiles es que en todas partes se dirigen contra la burocracia imperante. Y eso explica lo que, a primera vista, parece tan inquietante: que los que protagonizan las revueltas en los países del Este exijan precisamente la libertad de expresión y pensamiento que los jóvenes rebeldes de Occidente desprecian como irrelevantes. A nivel ideológico, esto parece confuso, pero deja de serlo en gran medida si partimos del hecho evidente de que la enorme maquinaria de los partidos ha conseguido invalidar en todas partes la voz de los ciudadanos, incluso en los países en que la libertad de expresión y de asociación sigue intacta.

Los que protestan y resisten en los países del Este exigen la libertad de expresión y pensamiento como condición previa a la acción política; los rebeldes de Occidente viven en unas condiciones en que la libertad de expresión y pensamiento ya no les ofrece canales para la acción ni para el ejercicio significativo de la libertad.

Para ellos lo importante es la Praxisentzug, la suspensión de la acción, como la ha llamado apropiadamente Jens Litten, un estudiante alemán. La transformación del gobierno en administración o de las repúblicas en burocracias, unida a la desastrosa reducción de lo público que la acompaña, tiene una larga y complicada historia a lo largo de esta época contemporánea, un proceso que se ha acelerado considerablemente durante los últimos cien años con el aumento de la burocracia de partidos. (Hace setenta años Pareto reconocía que «la libertad […] por la cual entiendo el poder de actuar, disminuye cada día en los países llamados libres y democráticos, excepto para los delincuentes».)

Hoy podemos afirmar que en España no queda más libertad que la que generan los abstencionarios con su noble acción política; no hay duda de que ellos son la única expresión de lo que Arendt denomina un ejercicio significativo de libertad.

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