Revisando lo que sabemos sobre la Transición.

Creo que una idea fundamental que debe calar acerca de la historia de la Transición, que es la historia del Hoy, es que debe estudiarse concienzudamente desde el ámbito profesional de los historiadores y permear a la sociedad general, no ya divulgativamente, sino formativamente. Bien se dio cuenta de esta necesidad hace veintidós años en el congreso Historia de la Transición en España, cuando se defendió que «La historia de la Transición se debía plantear como legítimo tema de estudio frente al protagonismo de los politólogos y sociólogos»1.Y no es cuestión sólo de politólogos y sociólogos, que, si bien a principios del milenio podían tener aun alguna credibilidad, hoy en día habría que llamarlos más bien expertos en todología.

Esta falta de profesionalidad es una cuestión que nos afecta desde la base. No pretendo efectuar una crítica al sistema educativo español per se, pues hay gente mucho más preparada que yo para esa tarea y no creo que merezca la pena llenar un río de palabras que desemboquen en el pantano de la ponzoñosa opinología. Lo que pretendo señalar es, concretamente, la nula calidad de lo que se nos ofrece desde las instituciones.

Desde dar al PCE el liderazgo de la Junta Democrática de España (JDE), que fue realmente dirigida por el abogado independiente Antonio García-Trevijano, a poner como causa de la dimisión de Arias Navarro al verse abrumado ante la violencia terrorista y de grupos de extrema derecha, cuando no dimitió por eso —o al menos no tan sólo por eso—, sino por una conversación mantenida con el Rey Juan Carlos (es decir, por necesidad política). Estas dos falsas afirmaciones están contenidas en un documento dado por la Junta de Andalucía como orientación de la materia, y creo que son una evidencia clara de que no existe ningún tipo de control de calidad dentro de las instituciones públicas a la hora de ofrecer contenidos.

Cuando se comienza a investigar someramente el hecho histórico que es la Transición, uno cae rápidamente en la cuenta de que, en un periodo cortísimo, de tan sólo cuatro años (1974-1978), la Historia estalla en un torrente de acontecimientos y presenciamos un momento en que el tiempo político se acelera en España2. Tan rápido que ni en las más de catorce horas que dura la magnífica serie documental La Transición, dirigida por Victoria Prego y Elías Andrés, puede darse cuenta de todos los acontecimientos que se van sucediendo en estos años. ¡Catorce horas que equivalen a prácticamente las horas dedicadas a Historia en un instituto durante un mes entero, o a las que se dedicarían en ese mismo mes a Historia Contemporánea de España en la carrera universitaria de Historia! Catorce horas de exposición al gran público, no de sesudas investigaciones, sino de un relato accesible a cualquier persona sin la más mínima formación. Y, sin embargo, ¿qué se nos enseña en institutos y universidades? Prácticamente nada, una rápida mención el último día para que sepamos que existió.

Desde la posición de un alumno a pocos meses de terminar la carrera de Historia quiero aprovechar esta oportunidad para señalar que creo que, a grandes rasgos, la Transición se está tratando de forma tal vez algo generalista, y tal vez sea de aquí de donde viene esta falta de rigor que hay fuera del mundo académico. Sí, hay obras como El Mito de la Transición Pacífica: Violencia y política en España (1975-1982) de la autora francesa Sophie Baby, o Estados Unidos y la Transición española de Encarnación Lemus López, así como algunos artículos de similar concreción, pero creo que todavía hay mucho trabajo por hacer en ese sentido. Buscando información encuentro muchos artículos prototípicos —¡incluso muchos con el mismo nombre, vaya escasez de originalidad!— como «La Transición española», «Una perspectiva de la Transición española», «El discurso político de la transición española», etc.

Considero que lo que se necesita ahora para comprender este periodo es volver al estudio de las personas y las organizaciones que construyeron esa Historia. Necesitamos reconstruir estos hechos concretos antes de poder entender la complejidad de la Transición, pues no podrá darse una perspectiva general que resulte novedosa si primero no se estudia lo particular. ¿Quiénes fueron los miembros de la JDE?, ¿cómo lo vivieron los miembros que estaban a pie de calle? ¿No fue acaso una organización que, si bien de ámbito nacional, se sustentó en cientos de Juntas municipales y vecinales?, ¿qué querían esas personas?, ¿por qué se atrevieron a luchar en la clandestinidad?, ¿qué riesgos corrían?, ¿actuaban en secreto?, ¿cómo funcionó su estructura?

Estas preguntas, hasta donde yo tengo constancia, no han sido respondidas por ningún estudio, y no se trata más de lo que a mí se me ha ocurrido en un instante mientras redactaba este artículo sobre una sola de las organizaciones. Podemos seguir añadiendo preguntas sin respuesta; ¿en qué se diferenciaban a nivel popular la JDE y la Plataforma de Convergencia Democrática?, ¿qué documentos se han conservado de las relaciones personales de los miembros más notables de estas organizaciones? Porque lo que está claro es que en ese conjunto que era la Oposición Democrática, sus partes estuvieron en continua lucha política, y hasta ahora lo que conocemos son los resultados, no tanto las motivaciones (aunque muchas veces se intuyan o se conozcan parcialmente). ¿De qué hablaban en sus despachos estas personas?, en definitiva, ¿cómo funcionó internamente la Oposición?

Puede que nunca tengamos respuesta a muchas de estas preguntas, pues al moverse en la clandestinidad, muchas de estas vivencias murieron con sus protagonistas, y precisamente por esto es ahora, cuando aun vive la gente que era joven en esos años, que debemos responder lo mejor que podamos a todas estas preguntas, antes de que el paso del tiempo acabe por borrar las huellas que nos quedan.

Para que la memoria de los que lucharon como mejor supieron no caiga en el olvido, hagamos Historia.

Por Javier Sánchez Simón.


(1) RODRÍGUEZ LÓPEZ, S., «LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA: UNA REFLEXIÓN DESDE EL SUR», REVISTA DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES DEL IEA, p. 298.

(2) ANDRÉS, A. Y PREGO, V., La Transición, Episodio 8, 1993.

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