¿Por qué soy abstencionario? Mi historia.

Antes que nada, quiero comenzar agradeciendo a Adri que me haya dado la oportunidad de escribir. Gracias compañero.

No soy periodista ni nada por el estilo, soy un ciudadano cualquiera, uno más entre las personas que formamos parte de la Junta Democrática, pero quiero contar cómo he llegado hasta aquí.

Recuerdo que estudié en mi infancia la separación de poderes de un Estado (se me viene a la mente la imagen de Montesquieu) para un examen, donde nos recalcaban la suerte que tenemos de vivir en una democracia. Unos años más adelante, en la época del instituto, tuve una charla con mi tío (que en paz descanse), en la que me contaba que había que votar porque, si no lo hacíamos, la sociedad reflejaba que no estaba conforme con la democracia y saldría un dictador de nuevo, y que volver a una época parecida a la de Franco nos llevaría al desastre. En ese momento no pude rebatir su argumento, es más, lo consideraba lógico.

Con veinte años, decidí estudiar las oposiciones para la Guardia Civil (aunque desistí) y en una de las clases preparatorias, un tutor que era abogado nos explicó todo el tema de la política o leyes. Alcé mi brazo para preguntar qué consecuencias había para los políticos que no cumplían su palabra o promesa electoral. El abogado sonrió y dijo, «que, a las siguientes elecciones después de cuatro años, no les votes». «Es una estafa» respondí negando con la cabeza. El abogado levantó las cejas, se encogió de hombros y expresó con un aspaviento un «es lo que hay».

Incrédulo continué con mi vida, suponiendo que lo que teníamos era algo impuesto y había que convivir con ello, con dicha estafa. Como pensaba mi tío, era mejor que vivir con un dictador.

Los años continuaron hasta llegar a un punto en el año pasado, en el que unos amigos me pasaron por WhatsApp un video en el que aparecía Roma Gallardo realizando una entrevista a Rubén Gisbert. No sabía quién era ese tal Rubén, pero presté atención a todo lo que dijo. Conforme iba explicando sus argumentos, todos esos pensamientos que había en mi interior fueron cogiendo forma, llegando a pensar que por fin alguien decía la verdad sobre nuestro país. Vivimos en una Partidocracia. Desde ese momento, Rubén consiguió un aliado más a su causa.

Fui una persona que leía el programa electoral de cada partido para votar a quien, dentro de si cumplía algo de lo que decía, me pudiese mejorar la vida en la mayor medida de lo posible, como creía que hacía la mayoría de la población, pero ni de lejos. Una parte vota lo que votaban sus padres o abuelos. Otros votan por convicción acérrima a su ideología. ¿Cuántos votan a su partido pase lo que pase? Otra vota para que no gane la ideología contraria. Estoy seguro que el que me lea conocerá a alguien que haya dicho para que me robe el otro, que me robe este.

Pero, ¿qué cojones? ¿Y no te preguntas por qué te roban? ¿Por qué no le puedes echar si lo hace? Cualquier empresario puede despedir a su empleado si le roba. Claro, ese es uno de los principales problemas que tiene nuestra sociedad: creemos que la clase política está por encima nuestra cuando, en realidad, son nuestros empleados. ¿Por qué tiene que vivir mejor que yo alguien al que yo le pago con mis impuestos? Tienen que tener un sueldo digno, desde luego, pero no esos abusos protegidos por la ley. El hombre que escribe estas palabras y que votaba antes al partido que supuestamente le convenía, ha dejado de hacerlo para intentar cambiar las cosas y, en un futuro, poder votar de verdad.

Ojalá el cáncer no se hubiera llevado a mi tío para poder explicarle que la sociedad española puede cambiar las tornas, que podemos no votar y que no salga un dictador, sino una democracia real. Cuando nos volvamos a ver en el otro barrio, le contaré que fui leal a mis principios y que no fui un hipócrita de esos que, aun sabiendo que todo es una estafa, continúan votando.

Para terminar, quiero agradecer a todos los compañeros de la Junta Democrática su trabajo y esfuerzo, en especial a los de Málaga, a los que intento unirme cada vez que puedo. Vuestro sacrificio os honra. A todos nos apetece estar haciendo cualquier cosa un domingo a las 12, desde tomar una tapa, salir a pasear por el centro o quedarse en casa viendo la tele, pero vosotros estáis allí, en la plaza de la No Constitución peleando y demostrando que no todo está perdido. Gracias y un fuerte abrazo.

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