Impulsados por la fuerza de la naturaleza.

Señala la profesora Debora Hammond en su libro The Science of Synthesis, que en 1967 Bertram Gross escribió un artículo titulado La era que viene del cambio social sistémico en el que examina el cambio social y la crisis de la etapa postindustrial en los Estados Unidos. En este artículo él plantea dos futuras alternativas para su país, la primera «un totalitarismo tecnocrático no declarado, en forma de un amable fascismo» y la otra «una reconstrucción humanista de los sistemas de poder, de los valores y de la propia racionalidad». Explica la profesora que con fascismo amable, Gross hace referencia a una sociedad dirigida, gobernada por un complejo ampliamente disperso y sin rostro de una burocracia de la policía, de la comunicación y de la industria del bienestar y de la guerra, atrapada en el desarrollo de un nuevo estilo de imperio atlántico-pacífico apoyado en una ideología tecnocrática, una cultura de alienación, múltiples chivos expiatorios y redes de control compitiendo entre ellas. Más adelante, refiriéndose al análisis de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, afirmó que esa forma de totalitarismo flexible y pulido no dependerá de líderes carismáticos, o de la glorificación del Estado o de la negación de la racionalidad científica, al contrario, esta última sería una corriente expandida del establecimiento científico formando parte esencial de tal sistema. ¿Les dice algo lo del establecimiento científico?

Y añade esta autora que la alternativa humanista de Gross para evitar el silencioso avance del totalitarismo pasa por una necesaria y significativa transformación de las estructuras de poder, de los valores y de la racionalidad.

Han pasado más de cincuenta años de aquel artículo y hemos visto que un anunciado cambio climático sirve de coartada para diseñar nuestro futuro a medio y largo plazo, y últimamente, cómo una pandemia ha dejado de la noche a la mañana inerme a la sociedad frente al poder político.

No obstante, y ciñéndonos al contexto político de España, ese proceso dirigido por el actual sistema político lleva en su propia genética su debilidad: la mentira. Se ve obligado a utilizar la mentira vistiéndose de una apariencia democrática para disimular su naturaleza oligárquica. La mentira es equivalente a la falsedad y ésta es contraria a la verdad. La verdad es fiel a la realidad y en la realidad vive la naturaleza. La naturaleza tiene sus propias leyes y con esas leyes se rigen los seres vivos, y así, nosotros, como individuos y sociedad, estamos regidos por esas mismas leyes.

No necesitamos atacar a este régimen: por sí solo está entrando en su fase autolítica porque no consigue importar a su actual estado el orden necesario, del mismo modo que no logra exportar el desorden (corrupción sistémica) que él genera.

Pero sí debemos estar preparados.

Este sistema oligárquico pierde vitalidad a la misma velocidad que gana en desorden; se hace disfuncional, es un problema sistémico. Y como demostró Ilya Prigogine, cuanto más alejados estén los sistemas de su equilibrio, más grande es el potencial para que un cambio suceda.

Pero alguien se preguntará, ¿por qué esta crisis tiene que ser distinta a las otras crisis políticas de la historia? La respuesta la da también Prigogine, o mejor dicho, la propia naturaleza que habla por su boca: porque esos sistemas deben vivir en conjunción con su entorno, y en nuestro caso, el entorno natural de este sistema parasitario es la sociedad española, una sociedad que es otro sistema distinto y que, por ahora, sigue sometida a esa estructura política.

Esta vez es distinto, porque hay una magnitud nueva y determinante que influye en la relación de estos dos sistemas: la información constituyente del pensamiento político libre. Se sabe que las sociedades son sistemas vivos y que, por lo tanto, son sistemas abiertos. Esta condición les permite exportar el desorden generado por el desgaste de la actividad vital e incorporar nuevas fuentes de energía organizadora. En nuestra sociedad esa fuente organizadora es la información. Cada uno de nosotros, los que luchamos para alcanzar la libertad política colectiva, formamos parte de unos subsistemas sociales que imprimen una nueva estructura de libre pensamiento a la sociedad, reorganizándola de manera que la hace incompatible con su parásito.

A medida que ese libre pensamiento crece en la sociedad, más organizada está ella y menos energía presta a su parásito. No podemos saber qué grado de vitalidad le queda a nuestra sociedad para asegurar el triunfo de nuestra acción, no hay determinismo, pero si llegamos al umbral de las llamadas estructuras disipativas de Prigogine, podremos entrar en la fase de autoorganización, o lo que para nosotros es lo mismo, podremos entrar en un periodo de libertad política colectiva.

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