Este sistema político es una estafa.

Nunca antes la política española ha sido más decadente y bochornosa. Los informativos, los debates y las tertulias se basan en una constante crispación y excitación, y no difunden otra cosa que sectarismo partidista.

Mucho antes del Covid-19 nos precipitábamos a una crisis económica de la cual, por motivos electorales, no hablaba ninguno de los partidos, ni tampoco los grandes medios de comunicación. Los indicadores estaban en caída libre y nada se decía al respecto. Ahora el Covid-19 sirve de coartada para ocultar un hundimiento que los datos macroeconómicos ya preveían.

Las arcas de España están más endeudadas que nunca en toda su historia, el tejido industrial de la nación ha sido desmantelado y vendido al extranjero (causando el enorme paro estructural), los impuestos apenas nos dejan respirar (unos impuestos fijados por políticos que prometieron bajarlos), y aún así, la clase gobernante sigue aumentando en número y en poder. Siguen ahí, pactando y pactando para crear más organismos públicos todavía, dando más y más subvenciones a asociaciones inútiles (vinculadas a ellos), creando más y más chiringuitos (que habían prometido cerrar y luego no han cerrado ninguno), y consensuando mantener instituciones parasitarias e inservibles (como el Senado por ejemplo, que los cinco partidos se reparten ya, y ninguno propone suprimir).

A pesar de ello, el 69% del pueblo español sigue alimentando y apoyando a la clase política. Este paradójico fenómeno no se debe al masoquismo o al deseo de autodestrucción de los españoles, sino a tres tácticas de propaganda que emplean los partidos políticos:

a) Ideologías para dividir y enfrentar artificialmente al pueblo.

b) Falsos problemas para desviar la atención.

c) Infundir miedo a que gobiernen los del partido «contrario».

Si bien el poder político siempre se ha valido de estos métodos (y les ha funcionado durante cuarenta años) hoy en día se encuentran intensificados al extremo porque el pueblo gobernado está cada vez más harto y es cada vez más incrédulo (¡demasiados años de mentiras y corrupción mientras nada cambia!). Así, a mayor indignación e incredulidad del pueblo hacia la clase política, mayor es la ideologización sectaria, la creación de problemas falsos, y la propagación de miedo desde la clase política hacia el pueblo.

Esto explica la situación de exagerada crispación e insoportable estridencia  que estamos viviendo en la política actual. Son los últimos estertores de un régimen oligárquico, ante un pueblo que cada vez cree menos en el sistema.   

El sistema de partidos impide la representación real del elector. En consecuencia, existe un abismo jurídico-institucional entre la clase gobernante y el pueblo gobernado. Al no haber vínculo contractual de representación política, la clase gobernante no defiende los intereses de los electores, sino los intereses de los partidos. Los que están en el poder se defienden a sí mismos, y viven de la servidumbre de un pueblo que cree que eso es la democracia porque pueden ir a votar cada cuatro años.

No vivimos en una democracia representativa porque el ciudadano de a pie no inviste al cargo electo con un mandato representativo, sino que el cargo representa y obedece al partido que lo pone en la lista. El cuerpo electoral no puede controlar a los diputados (la palabra «diputar» significa destinar a alguien a hacer algo), dado que los diputados no están vinculados contractualmente con los votantes, sino con los directivos de los partidos políticos. El poder político al final recae en manos de unos pocos directivos, como si se tratase de empresas; se forma así una oligarquía partidocrática con carta blanca, escindida contractualmente del pueblo gobernado.

Con tu voto cada cuatro años, tan sólo ratificas una lista de sujetos que obedecerán a los directivos del partido, sin que puedas hacer nada más que mirar cómo te roban e incumplen durante la legislatura. No defienden tus intereses, sino todo lo contrario: tal y como la experiencia ha demostrado a lo largo de los años, defienden primero sus propios intereses para mantenerse en el poder, forrarse con sueldos de más de ocho mil euros al mes, y seguir repartiéndose el botín. En la partidocracia, una oligarquía superior se instala en el poder y el pueblo no puede controlarla, ¡sino que es la partidocracia la que controla al pueblo!

El régimen partidocrático manipula en gran medida la opinión pública porque controla los principales medios de comunicación y diseña los planes de estudio en escuelas y Universidades. Dominando tan efectivos instrumentos de control social, la oligarquía genera una cultura de obediencia al poder establecido.

Por esa razón nadie habla de que no existe representación real: todos los partidos la dan por supuesta porque, si existiese una representación real, el poder político descansaría en el seno del pueblo en todo momento, mediante distritos pequeños de electores con facultad contractual de revocar a los representantes (¿que el pueblo nos pueda controlar y revocar? ¡Ni hablar!). Nadie piensa tampoco en separar el Legislativo del Ejecutivo en elecciones separadas: todos los partidos quieren seguir manteniendo su prerrogativa de formar el gobierno, y no que sea el pueblo quien invista los poderes del gobierno por separado (¿que el pueblo separe los poderes? ¡Qué atrevimiento!).

Estos son los temas tabú de la partidocracia. Nunca oirás a un oligarca del estamento superior hablar de ello. Son temas peligrosos para su posición dominante.

Hay muchos otros tabúes, por ejemplo, la abstención electoral. Es significativo que todos los partidos políticos insistan en que participes en las elecciones. No importa a quién votes, pero debes participar. Todos coinciden en que hay que participar; ninguno pide la abstención porque ello erosiona la legitimidad y continuidad del sistema oligárquico. ¡Lo que más les daña es hacer justamente lo contrario de lo que te piden!  

La unión entre los españoles no es posible en un sistema que consiste en partirnos a todos en partidos. Un sistema donde mandan los partidos, y en el cual a los partidos les interesa tenernos a todos partidos (nuestras almas partidas y nuestros bolsillos partidos), jamás va a cambiar con un partido.

Comprobado el fracaso de cambiar la partidocracia desde la partidocracia, un rechazo social masivo a este sistema en conjunto hará cambiar la relación de dominio. Rechacemos el sistema de partidos, que convierte a los españoles en sirvientes, y fundemos un sistema de representantes revocables, que convierte a los españoles en mandantes.

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