La Espada del Miedo.
«Homo homini lupus» (el hombre es un lobo para el hombre).
—Plauto, Asinaria.
«Quien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas».
—Maquiavelo, El Príncipe.
El miedo acompaña al ser humano desde los albores de su existencia. Es un mecanismo de defensa que nos ayuda a tomar consciencia de los peligros externos, y que además se encarga de regular las emociones de lucha, huida y, sobre todo, el instinto de autoconservación. Cuando sentimos miedo se abren nuestros ojos y se dilatan las pupilas, se detienen las funciones no esenciales, aumenta la presión arterial, la velocidad en el metabolismo, la tensión muscular y la adrenalina. Sin duda este mecanismo de defensa nos ha ayudado a sobrevivir en incontables ocasiones, y se da por hecho que contribuyó especialmente en la supervivencia de la especie durante la Prehistoria. También nos ha hecho generar soluciones e innovar en diferentes industrias. Sin embargo, es una espada de doble filo… En ocasiones el miedo nos puede llevar al pánico, lo que provoca que se desactiven nuestros lóbulos frontales, retroalimentando el miedo y haciéndonos perder la noción de la magnitud de éste e incluso el control sobre nosotros mismos. Puede paralizarnos y bloquearnos, dejándonos a merced del peligro o puede hacernos saltar al vacío para no exponernos a la supuesta amenaza. Un miedo mal gestionado y sin control nos puede llevar a tomar malas decisiones desesperadas, sin el sentido crítico ni el tamiz de la razón; así, a veces nos conduce a buscar y optar por un mal menor, sin siquiera verificar y cuantificar la supuesta amenaza frente a nosotros.
Según la Real Academia Española el miedo se define como la «angustia por un riesgo o daño real o imaginario» o «recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea». El miedo aparece y hace mella, pues, cuando hay una amenaza física o emocional, real o imaginaria. Es interesante: a menudo sentimos miedo por elementos ficticios, fantasías que generamos, o inoculan, en nuestra mente, e incluso hechos que aún no han ocurrido (y que frecuentemente siquiera llegan a acontecer). ¡Cuánto poder, pues, tendría una persona con la habilidad de sembrar miedos! Y puede ser algo no real, algo que no está ocurriendo ni va a suceder… Si, además, junto a la exposición de la amenaza señalo una alternativa o un camino de salvación, seguro que un gran número de personas se lanzará a la medida desesperada, confiando en el salvador que alertó de dicho mal.
Todo esto es sabido desde antaño. No en balde, religiones y mitologías de todos los tiempos instrumentalizaron el miedo en pos de marcar los códigos morales so pena de castigos y consecuencias sobrenaturales. A saber: dioses vengativos, demonios, el purgatorio, el infierno, la condena del alma… La superstición insta a los crédulos a temer las consecuencias de realizar actos reprobables. A cambio, la promesa de la recompensa de paraísos para las almas dignas los anima a cumplir los preceptos de según qué deidad, sea cumplir un conjunto de mandamientos o morir valerosamente luchando contra los enemigos. Y es que, yendo un pasó más allá de lo moral en lo cotidiano, las teocracias y las religiones con poder político, según en qué cultura y qué tiempo, no tienen grandes dificultades para lanzar a sus masas de fieles a cruzadas, guerras santas o la persecución de molestos rivales políticos o de pensamiento.
Numerosas son las escrituras sagradas o cultos de tradición oral, todas portadoras de la verdad absoluta y siempre con el miedo entretejido en los cimientos de sus dogmas. De igual modo, a lo largo de la Historia —la actualidad incluida—, gobernantes de toda índole, o partidos políticos, se han jactado de portar la verdad y poseer los objetivos más justos y correctos, a diferencia de sus rivales, y SIEMPRE enarbolan el miedo como instrumento de control sin miramiento alguno. Un ejemplo claro de esto fueron las grandes políticas autoritarias de siglos pasados, que se valieron del terror para imponer sus mandatos. También la fundación de terrores en contra de otras ideologías o bandos, así como de otros colectivos o etnias —que demasiado frecuentemente distan de ser ciertos—, ha ayudado a la consolidación de sistemas políticos o a la movilización de sectores de la ciudadanía en tiempos de elecciones. Pero el uso de la Espada del Miedo sigue vigente hoy, incluso en aquellos Estados que se disfrazan de democráticos y lejanos del autoritarismo.
Plauto (254-184 a. C.) fue el creador de la locución «el hombre es un lobo para el hombre», y aunque numerosos autores reflexionaron o aportaron su punto de vista al respecto, sería el filósofo inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes, quien la utilizó y popularizó en su obra De Cive. Hobbes daba por básico el egoísmo en el comportamiento humano, aunque la sociedad en su conjunto se afane en corregir esto para favorecer la convivencia. El propio Sigmund Freud, en su tiempo, se mostró de acuerdo con el proverbio, razonando el asunto bajo su prisma. Merece también la pena analizar y reflexionar la sátira alegórica que pintó Maximilian Pirner en 1901, y que tituló Homo homini lupus.
Que, al menos en los últimos dos milenios, tantos eruditos, artistas y estudiosos de la conducta humana apreciaran y comentaran sobre esto, debe hacernos pensar. Si bien, ciertamente, nunca debemos perder la esperanza en la humanidad, ni la confianza en el potencial y la benevolencia del individuo, es necesario mantener activos nuestro sentido crítico y el tamiz de la razón. La ignorancia conduce al miedo, que decía Averroes. Tratemos de dilucidar y distinguir qué intereses hay detrás de cada promesa, advertencia o discurso, sobre todo cuando hay poder o dinero en juego.
La obra El Príncipe de Maquiavelo (1469-1527), dedicado a Lorenzo de Médicis, sentó las bases del arquetipo que cualquier gobernante debe tener; y a día de hoy, sigue siendo un manual de gobierno. Decía Maquiavelo que la personalidad del político debe poseer ciertas peculiaridades para ostentar el poder y para su continuidad en el mismo: capacidad de manipular situaciones, destreza, intuición y tesón, habilidad para sortear obstáculos de toda índole, ser amoral y diestro del engaño. El fin justifica los medios. Más exactamente exponía que «los gobernantes, para ser obedecidos pueden valerse del engaño, la simulación, la traición y el miedo»,pues quien controla el miedo posee el control de todos aquellos que lo padecen.
Todo gobierno se vale de la Espada del Miedo. El miedo obliga obediencia, y la obediencia lleva al orden. Hobbes afirmó que «el origen de las sociedades grandes y duraderas no se ha debido a la mutua benevolencia de los hombres, sino al miedo mutuo». Sin ir más lejos, la forma de control social por excelencia es el poder punitivo y el derecho a castigar del Estado (Ius Puniendi), la prevención general o intimidatoria para que la ciudadanía no cometa delitos. En La sociedad del miedo (2014), el Doctor en Filosofía Heinz Bude reza que «una sociedad queda definida por sus miedos, y por éstos puede ser domeñada». La política del miedo se manifiesta de diversas formas, desde la demonización de personas, rivales o grupos minoritarios, hasta la exageración de amenazas internas o externas. Y a través de los medios de comunicación controlados se refuerzan las campañas políticas, y se generan alarmas sociales objetivamente inexistentes. Por esto, el control de los medios siempre será uno de los ases más importantes para todo príncipe maquiavélico —o sistema de partidos aferrados al poder— que se precie. Como dijo el novelista y periodista George Orwell (1903-1950), autor de 1984 o Rebelión en la granja: «la libertad de prensa es el mejor antídoto contra el gobierno corrupto».
Joseph Goebbels (1897-1945) fue el padre de la propaganda nazi y responsable del Ministerio de Educación Popular y Propaganda, creado por Hitler a su llegada al poder en 1933. Goebbels, cuya una de sus primeras directrices fue prohibir toda publicación y medio de comunicación fuera de su control, estableció los once principios de la propaganda —invito al lector a buscarlos y revisarlos; le resultarán escandalosamente familiares con las tácticas que utilizan hoy nuestros políticos—. Al margen de la reiteración de una mentira hasta que sea tomada como verdad, o distraer la atención cuando interese mediante noticias banales o espectáculos, quiero reseñar, para el tema que nos compete, el llamado principio de la exageración y desfiguración, por el que cualquier hecho o situación, por pequeño que sea, se convierte en amenaza grave. Hete aquí la Espada del Miedo.
¿Alguien duda de que en la actualidad de nuestro país se instrumentaliza el miedo? Políticos a diestra y siniestra desenfundan esta arma a diario y hacen danzar su sombra sobre nuestras cabezas, cual Espada de Damocles, a sabiendas de que una gran mayoría no se detendrá a hacer su juicio crítico, no utilizará el tamiz de la razón, y será presa del miedo. No verificarán ni cuantificarán la supuesta amenaza anunciada, y con un miedo mal gestionado y sin control, tomará medidas desesperadas, y dará su voto a ese orador mesiánico y salvador que le ha avisado de lo que da miedo… y él posee la respuesta. Esa mayoría buscarán el mal menor. Pero el mal, es mal; como una cucaracha pequeña es una cucaracha, y el tamaño da igual, no la quieres en tu sopa. Y es que esta reacción de un porcentaje de la sociedad ya está perfectamente estudiada y prevista por ese orador mesiánico y salvador —y sus asesores—.
Leí una vez que «la misma víbora que te vende el antídoto es la misma que te inyectó el veneno», luego recuerdo las directrices que daba Maquiavelo, y después escucho lo que sale por las bocas de nuestros oradores paisanos. «¡Cuidado, que van a salir los fascistas!» dicen unos; «¡vótanos, que si no España será comunista!» gritan otros… Y como estos ejemplos conoceréis muchos más, pues los escucharéis en la TV, en vuestro entorno, e incluso de vuestras bocas… Goebbels estaría orgulloso. El principio de la exageración y la desfiguración queda latente, cuando salen unos u otros, y ni fascistas ni comunistas. No nos gusta esto, no nos gusta aquello, pero en realidad, en nuestro fuero interno, lo que no nos gusta es que haya príncipes maquiavélicos ondeando su negra espada sobre nuestras cabezas. No hay mal mayor o mal menor, pues tal percepción varía según la subjetividad de cada ciudadano; el mal es el sistema podrido y rancio que se aferra con uñas y dientes a sus cómodos sillones, valiéndose de mentiras, encubrimientos y miedo, sin remordimiento alguno. Homo homini lupus, y como reza la frase: un lobo no pierde el sueño por las opiniones de las ovejas.
El mayor problema a resolver, antes de sacar el bicho de nuestra sopa, está en que es muy difícil convencer a las personas de que sus miedos no tienen fundamentos… Una vez plantado, el miedo cala profundo. Cada cual ha de hacer un trabajo personal.
Me parece importante reseñar que la Espada del Miedo es caprichosa, no reconoce dueño alguno que la empuñe, pues es más antigua que todo portador y, como ya se ha dicho, tiene doble filo. Cada vez que una persona o institución la ha enarbolado, no responde solamente a un afán avaricioso de poder o riqueza, también, en segundo plano, habla del propio miedo de quien la utiliza. Utilizar un instrumento tan poderoso y amoral contra los habitantes de un país, sin miramiento ni remordimiento, señala un miedo a no obtener o conservar un poder para el cual, obviamente, no te consideras digno de forma natural… Supongo que es por ello que los principios de la propaganda nazi se perpetúan de manera indiscriminada y constante. Imaginad que la ciudadanía, o su mayoría, fuera consciente de todo esto que viene alertándose y estudiándose desde hace siglos. Imaginad a esa población que se detiene a utilizar el sentido crítico y el tamiz de la razón, que dilucida y distingue los intereses tras las promesas y discursos cuando hay poder y dinero en juego; ciudadanos que no se lanzan al vacío, inmunes a la propaganda, a las falacias y las exageraciones, a la desviación de la atención… Imaginad a una ciudadanía pendiente y crítica con sus «servidores públicos» —atendiendo al significado original de político—, que no cae presa de miedos imaginarios. Individuos así resultan más poderosos que las personas capaces de sembrar miedos. Aquellos príncipes maquiavélicos descubrirían con horror que en su mano no hay espada alguna, y que ésta ha cambiado de manos… Entonces sí, ellos sentirían el miedo calar profundo en sus huesos; un miedo ante una amenaza real, no imaginaria: el miedo a perder un poder desmedido erigido con engaños y exageraciones.
Como azote de tormenta añadiré la sentencia de Benjamín Franklin (1706-1790): «quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad».
Para avistar tierra en el horizonte, Franklin D. Roosevelt (1882-1945) dijo: «lo único a lo que debemos tener miedo es al propio miedo». Por su parte, Carl Gustav Jung (1875-1961) insistía en que «donde esté tu miedo, ahí está tu tarea»; algo que el mitólogo y profesor Joseph Campbell compartía con su «en la cueva a la que tienes miedo de entrar, está el tesoro».
Y ya, como luz del faro, y conclusión perfecta para este artículo, la frase que el filósofo y político Séneca (4 a. C. – 65 d. C.) le dijo a Nerón: «tu poder radica en mi miedo; ya no tengo miedo, tú ya no tienes poder».