Votar es un cuento.

No hace muchos años, cuando era pequeño, mi madre me leía cuentos para que yo pudiera dormir. Todos esos cuentos empezaban con Erase una vez… Había una vez

Pero hubo uno que me llamó la atención en especial, y era el de El flautista de Hamelín. Este relato infantil tiene un trasfondo muy interesante detrás. De hecho, originalmente no era una historia para niños, sino que fue recuperada del acervo popular por unos célebres filólogos, los Hermanos Grimm, en el siglo XIX.  

El flautista de Hamelín nos transmite una gran verdad de una forma muy satírica: nos habla de cómo la mayoría nos dejamos guiar ciegamente por la masa social. Básicamente, el cuento narra que el flautista ayudó a una ciudad a librarse de una plaga de ratas, embaucándolas con la música de su flauta y tirándolas por un precipicio. Cuando regresó, la ciudad se negó a pagarle, y entonces el flautista hizo lo mismo pero con todos los niños de la ciudad, que le siguieron y de los que nunca se volvió a saber nada.

Me permitirán, mis estimados lectores, recontarles el cuento… y lo verán con otra perspectiva muy actual.  Ahora entenderán porqué.

Había una vez un país, un Estado que estaba dividido en tres clases sociales (realeza, aristocracia y tercer Estado). ¿Os suena? Esta era la división del Antiguo Régimen. Pues aunque parezca que no, hoy estas tres clases siguen de forma muy parecida.

Veréis. Hoy mantenemos a la realeza, institución privilegiada de sangre azul a la que sólo se accede por los mecanismos que todos conocemos, y que hace irrisorio el dicho «Todos somos iguales ante la Ley». Porque la llamada «Constitución» establece la inviolabilidad del Rey, situándolo por encima de las leyes civiles y penales.

La aristocracia, el segundo Estado, hoy se compone por los oligarcas financieros y por otro grupillo singular: los políticos. Estos últimos son el verdadero problema político de España y a los que habría que quitar de ahí, ya que el «servicio público» que desempeñan es aumentar exponencialmente su patrimonio a costa del dinero de todos. Su función no es el servicio, sino el desperdicio.

Y en el tercer Estado nos hallamos el resto: la inmensa mayoría del pueblo, las marionetas del poder (como diría Antonio Recio). En el cuento de los Hermanos Grimm, el flautista de Hamelín embaucaba a las ratas para tirarlas por un abismo y deshacerse de ellas. Las ratitas eran muchas, y todas seguían al compás la melodiosa flauta, sin saber su fatal destino.

Pues lo mismo ocurre hoy. Hipnotizados por las melodías del poder estatal, la gran mayoría sigue ciegamente unas complacientes canciones, sin saber que al final del todo nos espera nuestra perdición. Actuamos como los niños embelesados por la flauta del cuento… O peor aún: ¡como la plaga de ratas que quieren erradicar!

Embaucados completamente por lo que nos dicen desde el poder y los grandes medios de comunicación, no nos damos cuenta de cómo nos engañan. Nos están manejando como quieren: nos tienen enfrentados entre nosotros como quieren (con falsa izquierda y falsa derecha), nos tienen atemorizados como quieren (miedo a que gane las elecciones el que más tememos), y todo ello mientras esa realeza y esa aristocracia siguen en su estado de privilegio a nuestra costa.

Y la gente, en lugar de salirse de esa comitiva suicida y embaucada, cae en la trampa y sigue la corriente mayoritaria gritando: «¡Sólo queda Vox!»; «¡Hay que parar el fascismo!»; «¡El PP es la moderación!».

La música venenosa de esa flauta es muy potente. Se lleva incluso a la gente más lista y culta. He visto a gente muy inteligente cayendo en ella, grandes profesionales diciendo que hay que votar a fulanito porque así se contribuye a que menganito pacte con zutanito, y que entonces es mejor para todos. Su solución es seguir los dictados de la flauta y votar. ¡A ese nivel se desploma la inteligencia de las personas más preparadas!

Digo yo: ¿no será lo mejor salirse ya de esa fila hipnotizada por el flautista? ¿No sería lo mejor para las ratas o los niños dejar de seguir al flautista?

Pues por eso, yo me bajo de la comitiva. ¡Yo no voto! ¡Salgámonos de lo que el poder nos dicta! ¡Desobedezcamos al flautista! Porque si participamos, somos legitimadores de un sistema que sólo beneficia al primer y segundo Estado, y donde el pueblo seguirá manipulado, aturdido… y yendo directo al matadero.

Antiguamente en los pueblos, cuando sonaba la campana de la Iglesia los fieles acudían a la misa. Ahora, cuando suenan las campanas acudimos a la ceremonia del nuevo dios-Estado y a sus llamadas «elecciones», cuando son mentira y en realidad son votaciones: no elegimos a nadie sino que ratificamos listas ya elegidas por los partidos.

Ese día ceremonial es como si el flautista de Hamelín estuviese tocando más fuerte, porque vamos todos como hechizados a los colegios electorales, para realizar obedientemente el acto que sustenta a los sumos sacerdotes. Y cuando acaba la flauta, a eso de las 9 de la noche, y están cerrados los colegios electorales, no pocos vuelven en sí y piensan en lo más íntimo de ellos: «Ahora a soportar 4 años más de suplicio».  

No seamos las ratas ni los niños del cuento, y luchemos por ser los protagonistas de otro: los cisnes que dejaron de ser patitos feos, y descubrieron la fuerza y la libertad que había en sí mismos, y que ellos ni sospechaban que tenían.

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