Domingos de Acción Constituyente: 26 de febrero de 2023.

El pasado domingo 26 de febrero en la Plaza de la Constitución de Málaga hacía viento y frío por la mañana; viento como en las noches del desierto, donde por más que grites, nadie escucha; y frío de la soledad que se siente en la ausencia de calor humano. Un grupo reducidísimo, en silencio o hablando entre nosotros, con pancartas, contando con un único atrevido que, voceando al viandante, provocaba que éste saliera despavorido. Un grupo al que nadie escuchaba, nadie se acercaba, al que todos evitaban. Un grupo que sólo disfrutaba de la desconfiada compañía de agentes de policía que pasaban y pasaban por delante nuestra, algunos mirándonos con escepticismo y hasta diría que con repugnancia. Algún grito esporádico, dirigido a nosotros, rompía el frío silencio: ¡Fachas! ¡Borregos!

En los primeros momentos, allí, con el cielo encapotado, pasando frío, estábamos cuatro gatos con unos pequeños carteles que apenas se divisaban a lo lejos. Proclamando la abstención y el derrocamiento del régimen del 78 para conseguir una auténtica democracia, dábamos la impresión de ser unos pobres desequilibrados. El refranero español dice que sólo los borrachos y los niños dicen las verdades. Éramos unos borrachos, sí, de conocimientos que no se enseñan en la escuela. Éramos, y somos, unos cuantos inadaptados en una sociedad enferma y ciega; o cegada, mejor dicho. Orgullosos, como cualquier demente, de nuestra propia inadaptación. Despiertos.

Los compatriotas que andurreaban un domingo por la mañana por el centro de Málaga aparentaban ser, claramente, gente acomodada en el bienestar económico. Ninguna auténtica revolución se ha producido por parte de las élites, de arriba hacia abajo. En todo caso, los reyes y la nobleza conspiraban para mantenerse en el poder o para conseguirlo. Una vez lo alcanzaban, hacían y deshacían a su antojo en territorios donde toda la autoridad emanaba de un único poder. Unidad de poder, división de funciones. En aquella época, las conspiraciones de la nobleza eran el día a día de la acción política. Hoy, paradójicamente, se tilda de «teórico de la conspiración» a cualquiera del vulgo que se atreve a desafiar a la nobleza actual. A día de hoy, ¿qué ha cambiado respecto a la organización política? Se pregunta este loco, ¿una carta de libertades que el poder da y quita a su antojo? ¡Qué tristeza! – Dice este demente. El pobre desgraciado, que ha asomado levemente la cabeza fuera de la matrix en la que vivimos, y al que se le hace raro hablar retóricamente de sí mismo en tercera persona. Una supra-realidad en la que nuestros nobles y reyezuelos ya han descubierto la manera de mantenerse en el poder: haciendo de una utopía orwelliana su propia biblia. Aprendieron muy bien que la historia debe ser el cuento de los vencedores, piensa este inadaptado. El conocimiento no da la felicidad, pero el desconocimiento sí puede darla, concluye.

Decía un poema popular que magistralmente musicó el compositor argentino Ginastera, «triste es el día sin sol, triste la noche sin luna, pero más triste es querer, sin esperanza ninguna». Se me muere la esperanza para que los ciegos vean y los sordos escuchen. Sin embargo, querer que lo hagan, sin esperanza ninguna, se convierte en una obligación ética para cualquier «desequilibrado» que tenga principios. Descubrir que, en vez de tener una constitución, tenemos una carta otorgada, elaborada en una taberna mientras representantes de oligarcas comían y bebían cerveza. Descubrir que así se parió nuestra España actual, como un estado de tabernas. Pero tabernas de las malas, de las que están llenas de servilletas y paquetitos vacíos de azúcar en el suelo, en las que las mesas no se limpian nunca completamente y los vasos tienen marcas de pintalabios; donde el ruido de las maquinitas se vuelve ensordecedor y los desgraciados se toman un pincho de tortilla frío mientras ven pasar su propia vida, sin pena ni gloria, por delante de sus ojos; como en una película del cine clásico español, de esas que no aguanto.

¿Cómo sacas a alguien de ahí? No puedes. Es el mito de la caverna platónica, aunque al estilo español. Cómico, trágico y desgraciado, como no puede ser de otra forma en nuestro país. Esperpéntico. Un pueblo dividido, ideologizado, polarizado, cegado, anestesiado, desnaturalizado. Con los mismos reyezuelos gilipollas de siempre, ahora en forma de políticos que nos cuentan el cuento de la gran democracia que tenemos.

El problema es que sólo uno mismo puede convencerse a sí mismo. Todos tenemos un ego demasiado grande para dejar que alguien, que no sea uno mismo, nos convenza de algo. Ya no pretendo convencer a nadie de nada, y reconozco que me equivoqué cuando lo pretendía. Sólo pretendo crear una duda. Hacer que la gente se cuestione la realidad en la que lleva viviendo toda su vida. No es seguro que esa cuestión se acabe respondiendo como a mí me gustaría, y en la mayoría de los casos probablemente no pasará. Sin embargo, si siembro una semilla, con un poco de suerte, puede florecer algún día de la forma en que a mí me gustaría. Soy un labriego de la libertad política colectiva. Un agricultor de la cultura política.

Ese domingo, la pobre gente que hacía el esfuerzo de hablarnos eran mayormente de la tercera edad, gente con necesidad de que alguien la escuche y que sabe lo que es pasar por cosas que yo, a mi edad, ni imagino. Los jóvenes que se paraban, e incluso algunos de estos mayores, en su mayoría expresaba rechazo hacia el mensaje más repetitivo en nuestros carteles: la abstención. ¿Cómo voy a plantar una semilla en una tierra que, de primeras, está tan dura que no se puede siquiera hincar la uña? Parecíamos más un grupo de abstencionarios que un grupo pro-democracia. Lo que para nosotros es un medio, parecía nuestro fin.

Por si fuera poco, portábamos otros carteles donde se denigraba el régimen del 78 y que levantaban, si no el mismo rechazo, más aún. Hay compañeros en este movimiento que piensan que chocando contra las creencias de la gente se consigue algo; y que hay que decir las verdades sin tener en cuenta los sentimientos de los demás. Ese comportamiento tan antisocial y que me ha caracterizado a mí mismo en muchas ocasiones, es paradójicamente el que no comparto respecto a la libertad política colectiva.

En psicología, la más aceptada teoría de la persuasión lo expresa muy claro: para cambiar una actitud tienes que empezar disintiendo sólo levemente del sistema de creencias, pues las actitudes suelen cambiar por pequeños pasos y no de forma radical. Como auténticos necios, tendemos a rechazar lo que nos parece diametralmente opuesto a nuestro sistema de creencias, escuchando sólo lo que (y a quien) nos da la razón. Nuestros egos son demasiado grandes y empleamos mucho esfuerzo en protegerlos. Monos venidos a más, tan egocéntricos y belicosos como sus antecesores. Seres situados en apenas el primer escalafón del camino de la evolución de la conciencia hacia una conciencia universal.

Por muy loco que parezca, incluso allí, aquel día y a aquella hora, también encontramos gente despierta. Sobre todo, individuos del mundo anglosajón, que se quedan perplejos cuando les explicas que en España no contamos con un representante de distrito al que poder reclamar algo, sino con un politicucho de mierda que está puesto a dedo por el jefe de su partido; y que, por tanto, sólo le debe pleitesía a éste, en vez de al pueblo. Igualmente, algunos compatriotas se paraban y nos felicitaban; los menos. Para mí, representan la excepción que confirma la regla, al menos en ese día, a esa hora y en ese lugar. Una regla que deja perplejo cuando una profesora universitaria de derecho se atreve a discutirme sobre la supuesta existencia de separación de poderes o de representación en mi propio país. ¿Qué leches se enseña en la carrera de derecho? Me pregunto yo.

Y así, un día más, aprendo algo. Primero, que voy a seguir luchando por la libertad política colectiva el resto de mi vida, pase lo que pase y aunque pierda la esperanza. Segundo, que soy afortunado de haber encontrado un grupo de humanos con el que comparto mi lucha, aun no compartiendo con todos, o con la mayoría, la forma en la que deberíamos realizarla. Tercero, que es más efectivo realizar nuestras proclamas en otros lugares con más afluencia de gente que esté realmente necesitada de respuestas; con aquéllos que, a día de hoy, la supuesta extrema izquierda o extrema derecha se disputan; gente de los que inician revoluciones. Cuarto, que no voy a convencer a nadie de nada, sólo voy a plantar la semilla de la duda. Y quinto, que vivimos en una realidad llena de capas, una realidad ficticia, abocada al colapso y a la destrucción propia y del planeta; y que la libertad política colectiva es el camino para empezar a despertar a los pueblos de una Europa anestesiada, en manos de potencias extranjeras y de macropoderes mundiales. Así sea.

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