Una banda mafiosa no puede acabar con la mafia: un partido no puede acabar con el sistema de partidos.

El otro día escuché una comparación que me dio que pensar. Venía a decir que crear un partido para ganar las elecciones y terminar con el sistema de partidos, es lo mismo que crear una banda mafiosa que convierta en la más poderosa de todas y entonces terminar con la mafia.

Cosa distinta es intentar acabar con la mafia mediante infiltrados puntuales, agentes dobles, informadores, etcétera, eso sí funcionaría. Pero es absurdo pensar que se va a acabar con la mafia mediante la creación de una banda mafiosa que logre el poder sobre las demás. De igual modo, es absurdo pensar que la creación de un nuevo partido que logre el poder va a terminar con el sistema de partidos.

Sólo se puede acabar con la mafia mediante una organización externa que no pretenda ocupar su lugar, una organización que la boicotee, la deslegitime, que  denuncie sus crímenes ante la Justicia, y ponga a la población en su contra para que se combata entre todos. De igual modo, sólo se puede acabar con el sistema de partidos mediante una organización externa que los boicotee, los deslegitime, denuncie sus abusos y conciencie a la población de que son más de lo mismo.

Si plantamos patatas, no podemos pretender cosechar tomates. Por mucho que cambiemos de tipo de patata, nunca serán como los tomates. Ningún brote salido de una patata podrá dar jamás un tomate, dará siempre una patata. Para obtener tomates son necesarias plantar nuevas semillas y que arraiguen nuevas raíces.

Si queremos que las cosas cambien de verdad, que nuestra tierra deje de dar el mismo fruto de siempre, debemos darnos cuenta de que es un problema de raíz. De no atajar el problema de raíz, ¡todo seguirá igual!

Existen hoy gran variedad de tubérculos (partidos políticos), y en principio con ideas antagónicas entre unos y otros, pero la realidad es que todos tienen las mismas propiedades: irresponsabilidad, impunidad, corrupción, y ruina para el pueblo. Y encima los políticos que terminan ese tan maravilloso servicio público lo hacen con una lista de contactos, o con una serie de información que provoca lo que conocemos como «puertas giratorias».

Con esto no quiero criticar que un político prospere en su vida, que tenga que ser pobre y vivir en la austeridad, pero lo que no me parece correcto es que utilice la política como trampolín para hacer el paripé y reírse del ciudadano sin defender nuestros intereses, y luego salga del cargo con los bolsillos llenos de dinero, de influencia y con la vida resuelta. ¡Unas patatas que pretenden ser tomates! Y nosotros nos dejamos engañar una y otra vez: «¿Y si esta patata fuese diferente a todas las demás? ¿Y si fuese un tomate? Démosle una oportunidad…».   

Analicemos el sistema patatero de nuestras instituciones públicas. En Málaga donde vivo (por poner un ejemplo), tenemos:

  • La alcaldía municipal.
  • La diputación provincial.
  • La delegación del gobierno autonómico.
  • La subdelegación del gobierno central.

¿Qué hacen todas esas administraciones? ¿Cuántos cobran en ellas y haciendo qué? Los que viven de ello (partidos políticos y enchufados) nunca lo van a cambiar. Por eso votar a un partido, cualquiera que sea, no puede cambiar nada. Votar es como regar un campo de patatas: así no pararán de crecer patatas. Por eso, votar es lo contrario a cambiar el sistema, es precisamente lo que ayuda a mantenerlo.

La única solución que tenemos ya es luchar desde fuera de los partidos, para que nuestros dirigentes sean personas competentes, diligentes, eficientes, controladas por nosotros (tomates), y así, con un nuevo cultivo totalmente nuevo, eliminar a todos los parásitos que viven de este sistema, que no sirven nada más que para las duplicidades administrativas, y que no tienen más vocación de servicio público que el servicio a sus carteras (patatas).

Mediante el control real por distritos de ciudadanos, la política será nuestra, donde nunca debió haber salido. Entonces nos gobernarán los mejores, porque quien no sea el mejor será despedido por el distrito ipso facto como en las empresas de éxito, donde no medran los más vagos, sino los mejor preparados y los más eficientes trabajadores.

Para conseguir este cambio desde fuera del Estado es preciso eliminar ya los estereotipos de izquierda, derecha, nacionalista, etcétera, que tanto daño han hecho a la sociedad. Estos estereotipos absurdos han conseguido su propósito de fragmentarnos, haciendo que los árboles nos impidan ver el bosque.

Con un poder ciudadano real, a través de representantes directamente controlados por distritos de votantes, será posible eliminar todas las administraciones y cargos inservibles, suprimiendo el poder de los partidos políticos, y concediéndolo a personas diligentes, responsables, honradas y trabajadoras, y no a populistas que malgastan el dinero en campañas para publicitarse, vendiéndose al mejor postor, y engañando al ciudadano impunemente.

Hoy nos encontramos indefensos ante la tiranía de una mafia política que no podemos controlar: defendámonos pues retirándoles el apoyo, haciendo caer este sistema, y fundando nosotros uno totalmente nuevo que sí los controle.

Si la tierra que nos nutre se deja baldía, nuestra supervivencia se ve en peligro. El campo de nuestra nación es muy fecundo, pero el cultivo se ha dejado en manos de los cuervos. Plantemos nosotros las mejores semillas de unos frutos totalmente nuevos: la libertad y el control civil del poder. Con tiempo, paciencia y dedicación, esas semillas acabarán germinando.

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