Ha llegado el momento de cambiar radicalmente de sistema.

Se nos ha concedido el don de vivir una época apocalíptica. Pero apocalíptica en el sentido más auténtico y más interesante: «apocalipsis» significa «revelación» en griego. Las revelaciones producen cambios profundos en el desarrollo de la conciencia humana: en psiquiatría, por ejemplo, las revelaciones de las causas sirven para sanar los traumas somatizados; en el campo tecnológico, las revelaciones científicas nos sirven para el progreso de nuestra especie.

El comienzo de esta década ha sido apocalíptico, revelador. Con una voz tan imperiosa —que hasta el más distraído ya por fin se ha enterado de una vez—, la Madre Naturaleza nos enseña que ha llegado el momento de cambiar el rumbo de la Historia. Los muros decadentes de una realidad antigua y marchita son iluminados, ya de cerca, por las crecientes llamas del nuevo paradigma: el inexorable fuego transformador que acaba con todas las épocas. A mayor es la luz, más largas son las sombras: ¡qué privilegio estar embarcado en tan excitante aventura y tan noble batalla contra fuerzas sombrías!

Esa gesta es tanto individual como colectiva. Únete a mi Estado Mental Épico y ármate con la valentía de un héroe. Lo característico de los héroes es que hacen realidad unas hazañas que parecían «imposibles» para aquellos que no tienen su mentalidad heroica. ¡Los héroes son los encargados de derrotar monstruos que parecen invulnerables! Nuestra fuerza moral será el yunque de relampagueante poder con el que se forjarán las espadas del nuevo paradigma: una nueva forma de poderoso pensamiento colectivo que acabará con las viejas creencias de un sistema decadente y agotado, que para muchos era un monstruo invencible…

El cometido de toda época es ser superada por la venidera. Vamos a presenciar el apoteósico final de una era, y con ello, la caída de toda su clase gobernante y de sus caducos sistemas de poder y dominio.

¡Ya lo veréis! Una larga tiranía de dominio ideológico caerá pronto. El actual gobierno es frágil y no terminará su legislatura. La ignominiosa falta de humanidad de sus propios integrantes será lo que principie esa caída.

Será empujada por la Tercera España que todavía está germinando como la semilla de un vigoroso árbol: la Libertad Constituyente que despertará al pueblo del sopor partidista. Y del resto del trabajo se encargará el propio peso gravitatorio de un régimen de corrupción masiva y ambiciones de poder hace largo tiempo carentes de honor. Esas fuerzas gravitatorias han sido estudiadas con precisión en la ciencia política: la inercia de la Historia vaticina la pronta desaparición del Régimen del 78 y su oligarquía de partidos.

Todos los regímenes políticos están destinados a morir. De sus cadáveres crecen flores regadas con agua nueva de otros tiempos. La orgullosa y victoriosa Roma hoy no es más que silencio y olvido entre arañadas piedras. Ninguna organización humana escapa a que Saturno la devore como hace con todos y cada uno de sus hijos.  

¿Va a ser la deplorable oligarquía de partidos una excepción? Desde luego que no, ¡su caída es una necesidad histórica! ¡Y pronto presenciaremos con gozo esa esperadísima demolición!

El estudio de Aristóteles recogido en la Política ya observa que los regímenes nunca cambian de la dictadura a la democracia, sino que primero pasan de la dictadura a la oligarquía, y luego de la oligarquía pasan a la democracia.

España en 1978 no fue una excepción a este ciclo biológico: de la dictadura franquista no se saltó de repente a la democracia (como dice el bulo que nos han contado durante más de cuatro décadas), sino que, en realidad, de la dictadura se pasó a la oligarquía, que es el calificativo técnico del actual sistema partidocrático. La función histórica de la actual oligarquía de partidos es, en consecuencia, la de hacer de umbral para la democracia del mañana que va a llegar inexorablemente por efecto de inclinaciones históricas, conocidas hace ya más de dos mil años en la filosofía clásica.  

El Régimen del 78 se basa en una manera de ejercer el poder que ha caducado. Procede de una época anterior, donde los seres humanos andaban perdidos en una reacción de horror ante su propio reflejo. Así, el Régimen del 78 es un excremento más de la putrefacción filosófica de su tiempo. La humanidad, infantilmente conmocionada por la crueldad armamentística industrial y el poder devastador del átomo, se sumió en el escepticismo desproporcionado, el nihilismo moral y la cultura posmoderna; un detritus intelectual que convierte en hegemónico el relativismo, el materialismo y la total ausencia de verdades objetivas, así como la inexistencia de valores morales y espirituales válidos, diluidos en una criptoreligiosidad cientificista. El deprimente paradigma de la posmodernidad, enemigo de la belleza, de la verdad, del bien y del mal, plantó raíces a finales del siglo XIX, y sus ramas se extienden aún hasta principios del XXI. Pero en esta nueva década se marchitarán, secadas por los rayos de luz de nuevos astros: la conciencia y la moralidad en la política, garantizadas por el propio sistema (la separación de los poderes y el principio de la representación).  

En todas las épocas, la misión de la raza humana es desarrollar los más altos ideales de conciencia y la consecución de los logros más dignos de admiración. Tu misión como homo sapiens (humano sabio) es la de perfeccionar tu vida y colmarla de felicidad, porque eso es lo más sabio y lo más digno de admiración en lo que puedes dedicar tu limitado tiempo en la tierra. Tu obligación moral es, por lo tanto, cultivar tu propia virtud para llegar a ser una mejor persona, es decir, perseguir el bien para ti mismo. Y dado que la verdadera felicidad depende de tener buenas relaciones con las personas que te rodean, entonces perseguir tu bien es lo mismo que procurar el bien de tus semejantes. Colma a los demás de comprensión, cuidados y beneficios, y tú mismo serás feliz. Procura el bien a todo aquel que esté en tu camino: ama y jamás te equivocarás.

La adecuada aplicación de los más elevados preceptos morales, vistos con sorna y suspicacia en el paradigma hegemónico de posmodernidad y su disparatado nihilismo suicida, será la caricia, hoy inconcebible y hasta escandalosa, que derribe un régimen político intrínsecamente tiránico; un régimen basado en el descontrol de una clase gobernante que, amparada en las leyes que ella misma diseña, ha abusado durante largo tiempo de su incontrolable poder.

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