¿No es posible cambiar el sistema? ¡Yo digo que sí!

Pensé en comenzar este artículo escribiendo la frase: «Yo no soy nadie. Yo no sé nada. Esto es solo una opinión; una reflexión». Pero tan pronto la verbalicé me di cuenta de mi error: Yo soy alguien. Al igual que cualquier persona puedo ser definido de una infinidad de formas, sin limitarme solamente a mi profesión, mi afición, mi nacionalidad, mi género… Pensé: soy un Ser, un individuo, un ciudadano, con mis emociones, mi juicio y mi sentido crítico. ¡Ah, el sentido crítico! Algo que parece estar hoy día mal visto, desapareciendo poco a pocomediante la influencia de voluntades que prefieren que no opinemos o dudemos sobre ciertos asuntos. Pero… No nos metamos en ese jardín de momento.

Entonces, entre una infinidad de conceptos y peculiaridades que me definen, yo soy un individuo. No soy un número —por mucho que, por eficacia administrativa, nos matriculen con un DNI—, no soy un ente vacío cuya única finalidad de existencia es pagar impuestos y multas de toda índole, sin opinión, desprovisto de voluntad y capacidad de decisión. Está bien, siestoy de acuerdo con esto, ¿por qué callar ante una gran injusticia, y un gran mal que considero asola todo lo que amo y me importa? Ciertamente, pasé muchos años ciego ante esta realidad. Luego lo acabé viendo con claridad, pero decidí que me hastiaba, que era algo que aborrecía, que me agotaba, y era algo de lo que prefería desentenderme. En ambas fases, silenciado, apático e inactivo, en el refugio de la muchedumbre. ¿Acaso entonces era solo un número? No lo creo, simplemente, en mi interior, aún no me había puesto de pie; no había decidido —o descubierto— que si no estaba de acuerdo con algo debía actuar en pos de mis principios y valores.

El suizo Carl Gustav Jung —médico psiquiatra, fundador de la escuela de psicología analítica, y famoso por sus aportes en los orígenes del psicoanálisis—, en su obra The Undiscovered Self: The Dilemma of the Individual in Modern Society (El Yo por descubrir: el dilema del individuo en la Sociedad Moderna) trataba de comprender los extremos inhumanos alcanzados con las dos Guerras Mundiales y los regímenes causantes y resultantes de ellas. En su análisis, concluyó que el ser humano había sido manipulado por fuerzas exteriores lideradas por el Estado y su propaganda, y que poco a poco esto nos había desprovisto de nuestra individualidad. Así, desconectados y sin contacto con nosotros mismos, obsesionados por la comodidad y seguridad que viene de fuera, comenzamos a obedecer ciegamente al Estado, que hábilmente promete esa vida de bienestar a cambio de adherirnos al: paga, calla y obedece —esto último… añadido mío—. Agregaba que el individuo se ve privado cada vez más de la decisión moral sobre cómo debe vivir su propia vida. Es lo que él denominó el hombre-masa reprimido, sin anhelos individuales de desarrollo psicológico y espiritual, que se acomoda hasta la pasividad y despreocupación, sabedor de que todo lo que necesita para vivir una buena vida es ser un buen ciudadano; uno más entre la multitud. Pero, cuanto más grande es la multitud, más insignificante se vuelve el individuo. Escudado en la ilusoria seguridad de la muchedumbre… En que todo aquello quela muchedumbre crea debe ser verdad… Ciertamente, pensé, solo hay que echar un vistazo al marco geopolítico internacional, a la situación de nuestro país y su política, e incluso a mi propia historia, para dar cierta o total validez a las conclusiones de Jung.

Entonces, por si esto fuera poco, leí su sentencia:

«Dondequiera que se desarrollan en gran escala condiciones sociales de este tipo, se abre el camino a la tiranía y la libertad del individuo se convierte en esclavitud espiritual y física».

Pero también alumbra con esperanza:

«La única solución a los conflictos colectivos es a través de la revolución interior del individuo».

Las palabras del famoso Jung me hicieron sonreír y asentir. No eran nada nuevo para mí. Hacía tiempo que comprendí y vi con claridad lo que están haciendo con nuestro país, con nosotros. Hacía tiempo que en mi interior me había puesto de pie. Hacía tiempo que dejé de dar mi voto legitimador a un sistema partitocrático en el cual no creo. Un sistema cuyos integrantes solo me hacen fruncir el ceño, pues veo cómo nos engañan y exprimen para vivir en una realidad cómoda ajena al resto de ciudadanos, viviendo del cuento, a costa de todos nosotros. Hace tiempo que veo cómo dilapidan y pisotean nuestra educación, nuestra economía, nuestra autosuficiencia como país, nuestra capacidad de opinar, dudar y decidir. Una oligarquía despiadada que despilfarra, a la vez que, a todas luces, se esfuerzan por dividirnos para que no podamos hacer nada contra ellos.Mientras, por supuesto, se apresuran en subirse sueldos, atiborrarse con dietas que no necesitan, pactar cargos honoríficos en empresas seguras y demás, todo en busca de, cuanto antes, asegurarse una vida cómoda de riquezas… Sin importarles lo más mínimo los destrozos que dejan en su camino….

Basta asomarse a la Constitución del 78 —sí, aquella que elaboraron los segundones del Franquismo y sus rivales políticos para orquestar cómo repartirse el pastel— para darse cuenta de que es papel mojado y la vulneran, ya en los primeros artículos, nada más empezar. Basta leer la definición de Democracia para darse cuenta de que para nada es lo que tenemos hoy en España. Deberían bastar los datos remanidos sobre la duplicidad de cargos, el número absurdo de asesores, que tengamos políticos cuya única labor es simplemente votar lo que les ordena su cabecilla, o la cantidad, también absurda, de casos de corrupción… Y, sin embargo, aquí seguimos. La mayoría sabe esto. La mayoría se queja de todo esto. La mayoría… sigue dándole el voto legitimador al sistema que procura y permite todo esto. A menudo me he preguntado ¿por qué? Mucha gente me ha dado la razón con todo este asunto, pero arguyen que no sirve de nada el no darles mi voto legitimador. Al margen de lo erróneo de pensar así, ante eso siempre enarbolo que esto es en lo que yo creo hoy, y si no viera acabar el día, al menos lo haría feliz y satisfecho por hacerlo siendo fiel a mis valores y principios.

Las palabras del famoso Jung me hicieron sonreír y asentir porque fueron un empujoncito, una palmadita en la espalda y una insuflación de coraje. En sus palabras se describen a la perfección la pasividad de unos y la ceguera de otros. Y como bien concluyó: la solución a un conflicto colectivo comienza con la revolución del individuo. Primero, cada uno debe hacer juicio de valor, reflexionar sobre lo que, conscientemente y con juicio crítico, considera mejor y correcto, decidir —o descubrir— que si no está de acuerdo con algo debe actuar en pos de sus principios y valores… Ponerse de pie. Cuando la mayoría deje de legitimar este sistema contrahecho, ¿qué crees que pasará? Cuando millones digan pacíficamente «basta ya» a unos pocos miles, ¿de veras crees que no pasará nada?

Será entonces cuando comience a fraguarse el Cambio, y tú, querido lector —querido individuo—, eres el principio del Cambio.

Algunos pensaréis que la Transición fue un logro y un gran cambio. De acuerdo, por supuesto, aquellos que la vivieron merecen total aprobación ante aquel cambio. Pero yo pienso que seguimos en la Transición. Con todo lo comentado, a la vista está que se puede mejorar, y como dijo Heráclito de Éfeso: «todo fluye, nada permanece». Solo hay que observar la Naturaleza, la Historia o nuestros simples pensamientos, para darle la razón al filósofo griego. ¿Acaso no va siendo hora de seguir cambiando, y transformar lo mejorable en algo mejor? Ya son décadas de observación, pasividad y sumisión… Cambiemos. Tenemos vecinos y amigos con sistemas más justos, democráticos y limpios. No existen sistemas perfectos, pero sí mejores que el que tenemos. ¡Mejoremos!

Algunos pensaréis que estáis cansados de todo esto (hastío), o que es mejor votar al mal menor o para que no salga otro que en este espectáculo interpreta al villano según tu ideología (desesperación)… Volcad vuestro hastío y vuestra desesperación en desmontar esta función tan cara, desagradable y repetitiva…

Y para aquellos que penséis que luchar por el Cambio no vale para nada, reflexionad un instante… ¿Para qué sirve vuestro voto? Da igual el color, da igual el partido.Enumerad los cambios positivos que han traído nuestros políticos, analizad las promesas y los programas que han cumplido, rememorad lo útil que ha sido legitimarlos. Ya es hora de levantarse, y apostar por cambiar todo esto de verdad. En otros países los ciudadanos pueden destituir a sus representantes políticos en cualquier momento, si lo hacen mal o no cumplen con sus cometidos. ¿Por qué nosotros no? En otros países los ciudadanos pueden elevar propuestas y opiniones a través de un representante de distrito. ¿Por qué nosotros no?

Yo soy alguien, soy un individuo. Yo no sé nada, pero sé en lo que creo. Esto es solo una opinión, una reflexión… pero la doy de pie.

Y tú, ¿quién eres?


En la foto: el obrero August Landmesser

https://es.wikipedia.org/wiki/August_Landmesser

Si te pareció interesante, ¡compártelo!