La espiritualidad cosmocéntrica de Platón ¿es una guía política para nuestro tiempo?

Que la filosofía griega sea la cuna de la civilización occidental es una afirmación retórica y casi siempre utilizada con carácter eurocéntrico. Sin embargo hay algo de verdad en ella: basta considerar que Platón fundó la Academia hacia el 387 a. C. y este evento histórico aún reverbera.

La filosofía platónica ofrece elementos de reflexión para aquellos que se preocupan por la revitalización efectiva de nuestro mundo. La influencia del platonismo, notable hasta la era humanista del Renacimiento, se eclipsa en el trascurso de la modernidad en beneficio de otras filosofías (Descartes, Locke, Hegel, Kant, Marx…). Por ello cabe la pregunta: ¿es preciso volver a Platón?

En la medida en que los valores rectores de la modernidad pierden confiabilidad, porque no logran asegurar lo que prometieron («desarrollismo», consumismo) y se percibe la insostenibilidad del actual modelo civilizatorio, se crean fisuras en las que se introducen fragmentos de culturas que fueron olvidadas y/o destituidas en el curso de la civilización moderna. En este contexto, en Occidente hay quienes recurren al platonismo.

Las ideas de Platón existen en un mundo que él llama hiperuranio, el mundo de las ideas, un mundo sobre el cielo donde hay dioses, es decir, deidades, pero también hay ideas. Para Platón, el hombre es una realidad compuesta de alma y cuerpo. Las ideas se convierten en modelos únicos y perfectos de las múltiples e imperfectas cosas de este mundo.

Platón es consciente de las imperfecciones e límites estructurales del mundo histórico en el que es imposible realizar plenamente el arquetipo hiperurónico. El hiperuranio, es decir, el supuesto sitio de las ideas platónicas, es un lugar sobre el cielo o sobre el cosmos. Es ese mundo que ha existido siempre, en el que hay ideas inmutables, perfectas y alcanzables. En la concepción griega de la época donde vivió Platón, el espacio era considerado finito y terminaba precisamente en el cielo. Platón cree que todavía es necesario inspirarse en el arquetipo hiperurónico para mejorar tanto como sea posible nuestro mundo.

Dicho esto, se precisa destacar los aspectos éticos y políticos de la filosofía platónica. A diferencia de los poderes políticos, que se imponen por coerción, la sabiduría ejerce su influencia sutil por fuerza de atracción. La esencia de los poderes políticos violentos es la falta de respeto y la injusticia. Las formas políticas injustas complacen intereses y puntos de vista parciales y devalúan todo lo demás. En estos casos notamos la ausencia de un verdadero «arte político», o que busque la armonía.

La política, de hecho, puede configurarse como un arte inspirado en la imperecedera sabiduría hiperurónica. Pero para que se dé esa armonía, la estructura político-institucional también ha de ser armónica, fruto de la más perfecta inteligencia. Así, las formas institucionales armónicas darán como resultado una política, o acción pública, coherente con las formas que la contienen.

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