Los movimientos que no nacen de lo civil son parte del poder estatal que lleva a la disolución de los pueblos.

Recientemente ha tenido lugar una de las homilías públicas que se nos presentan anualmente desde el poder político, me refiero a Viva22 como mayor expresión multitudinaria de organización política en lo que venimos percibiendo estos últimos años. No es de augurar un buen futuro social ante estas movilizaciones, precisamente por ser dirigidas bajo el liderazgo político estatal y no civil, como un claro tentáculo del poder político en aparente pugna.

Debajo de estas expresiones sociales disfrazadas con ropajes de ámbito civil se esconde el estatismo más absoluto, el control económico y social, el poderío político que todo lo puede. No debe engañarse el ciudadano de a pie que mantiene aún su visión crítica cuando mira de frente a los antifascistas de hoy como hordas que promulgan la etiqueta fácil y se incorporan al aquelarre de las redes sociales que les dan visibilidad; estamos ante el mismo disfraz de expresión civil que se superpone a la misma personificación del poder político; al mismo cuerpo que cambia de forma para adaptar su belleza a los ojos de aquel que le mira en cada momento.

Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos es una gran frase escrita por Maquiavelo que resume de forma clarividente cómo funciona la política desde el principio de los tiempos.

La historia está mal contada. No es que exista un movimiento de izquierdas que gane hegemonía representado por Podemos, y como antifascistas estén aupando a esos movimientos de derechas en un esquema de acción-reacción, de causa-efecto. Tampoco es que exista un fascismo político representado por VOX o las derechas, que mientras adquiere poder hace que ese antifascismo inútil gane mayor visibilidad. La realidad es otra y claramente visible: lo que ocurre es que el Estado es hoy más grande que ayer y menos que mañana. Ese poder hoy tiene más fuerza, pero mañana disfrutará de un menor control ciudadano como así viene sucediendo de forma imparable desde la Transacción del 78.

Lo material del momento se resume en que, ante una apariencia de contrariedad, de apuntar al adversario político y etiquetarle como algo despreciable, en esencia se está disfrutando del mismo cuerpo estatal por un mismo actor político que, como Hidra de Lerna, tiene varias cabezas. Ambos bandos como facciones del Estado se encuentran en pugna por la supremacía, pero disfrutan de la misma carne, lo que nos lleva a apuntar a que la lucha por el poder político del Estado es vendida falsamente y sus ideales se insertan en el hombre-masa con el objetivo de crear divisiones sociales capaces de mantener ese cuerpo revitalizado.

Es una lucha aparente que contiene de forma intrínseca el consenso político, donde desaparecen las diferencias esenciales por mucho que estas sean promovidas mediáticamente, llevándonos a los ciudadanos de la mano y bajo el engaño a la disolución de la unidad del pueblo mediante la división, donde varios líderes políticos con apariencia de enfrentamiento llegan a acuerdos estratégicos que les permiten gobernar como si tuviesen un solo cuerpo: un cuerpo que les otorga la capacidad de dictar la ley, ejecutarla y juzgarla sin oposición real de todos esos ciudadanos que se ven enfrentados y divididos entre sí en nombre de los que mantienen la unidad de un solo organismo.

La ideología política es la herramienta que consigue afianzar esta diferencia sustancial entre lo que vemos y lo que realmente ocurre. Como diría Trevijano: Yo entiendo aquí por ideología la conversión intelectual y moral de unos intereses particulares y concretos en ideas universales y abstractas, con el propósito político, más o menos consciente, de prolongar o conquistar en el Estado una situación de dominio de lo particular sobre lo general.

Recordemos el lema de Viva22: La historia que hicimos juntos. Esa historia es la que está haciendo la política a sus espaldas querido lector, porque los movimientos que no nacen de lo civil son parte del poder estatal, no del todo visto como un pueblo. Esa frase significa que la historia se escribe por el cuerpo político unitario, pero que el pueblo se romperá a pedazos, a trozos, mientras se escribe esa historia.Porque la historia o se mueve con la acción de todos, o simplemente con la acción de ellos, de unos partidos políticos que representan unas ideas que dividen y trocean el cuerpo social para la conquista de la unidad del cuerpo político.

Y llegó Javier Milei desde el otro lado del charco para evidenciar que lo que ocurre en Europa es análogo con lo que ocurre en toda Hispanoamérica. Ese gran hombre que bajo el liberalismo —con una supremacía moral que no dudo tenga en varios ámbitos—, se desnuda y a cara descubierta se pone del lado del estatismo, de una socialdemocracia caducada bajo el nacionalismo español y pone sus piernas, una a cada lado del Atlántico, al servicio de la división de los pueblos. En este punto de la historia Milei abandonó a todos los liberales y movió el disfraz, dejando entrever que en Argentina, como en España, los ropajes ocultan el único interés y la máxima ambición del poder político. Asumiendo la realidad hemos de llegar a la conclusión de una nueva Hidra de Lerna al otro lado del Atlántico.

Y así es como se produce la disolución de los pueblos en el siglo XXI, donde los republicanos de falsa bandera, los socialistas de falsa clase, los nacionalistas de falsa unidad, los populares de falsa moneda y los liberales del estatismo, todos ellos compadrean con el consenso que les hizo ser los nuevos reyes y les permitirá mantener esa realeza de forma genealógica; una nueva realeza hereditaria basada en las familias oligárquicas de poder económico y político bajo la ropa del guerracivilismo que sustenta el consenso político. Un guerracivilismo que les mantendrá a ellos con un vigor revitalizado en detrimento de todos los ciudadanos, los cuales llegaran o a las manos o a diluirse como pueblo, confirmando así el cadáver nacional y confirmando su incapacidad para intervenir en su devenir histórico.

Ese consenso se palpa cuando hablamos de la OTAN, de la servidumbre al financiamiento de la Unión Europea, del mal funcionamiento de las instituciones, del mantenimiento de los privilegios de la clase política, del afincamiento de la arquitectura del poder político y autonómico, del funcionamiento de la educación, de la subsistencia de la depravada ley electoral, etc. Sin embargo, el consenso se encubre de disenso por las migajas cuando usted cree ser de un bando o de otro por una despreciable diferencia impositiva.

Hemos llegado hasta aquí cavando un hondo pozo, seguimos cavando incesantemente. Cabe desenmascarar también el voto, cuando en los sistemas electorales se practica por representación o por identificación. La representación política se resume en que un cuerpo político representa los intereses del cuerpo civil, de forma que este eleva un mandato, y el cuerpo político que hace de instancia legislativa representa la voluntad del pueblo. El pueblo como sujeto político, como nación, dispone de la revocación como garantía del mandato imperativo del elector al representante. Sin revocación toda promesa se basa en la fe o en las palabras de gente amoral cuyo único impulso se cimenta en la conquista del poder a través de su ambición.

El otro método de votación existente en la mayoría de Occidente, el practicado en España, es por identificación. Según este método llevado al extremo con listas abiertas de partido en un sistema de reparto proporcional, un ciudadano tiene unos ideales que le hacen identificarse con los ideales que expone un partido político, de forma que surge la identificación similar a la existente entre un hooligan y un equipo de fútbol.

Pero los filósofos y juristas se equivocaron al analizar este hecho, pues el pueblo se convierte en nación cuando se identifica consigo mismo, y entonces conquista el poder político y es actor del movimiento de su propia historia. En nuestra antidemocrática partitocracia, la identificación se lleva a cabo a través de la ideología, mecanismo mediante el cual se identifica uno ya no con el propio vecino, ni con el pueblo, ni siquiera tanto con el pack de ideales de un partido, sino con la negación de los ideales del partido contrario.

De esta forma se divide el pueblo mismo, de esta forma se vota por identificación basada en la Fe religiosa sin garantía a cambio, de esta forma se diluye la capacidad de ser y de actuar en el devenir histórico, que es guiado únicamente por el líder de cada partido. Así se cede todo el poder y se somete uno a otro y todos a varios.

Susan Sontag decía que El devenir del hombre es la historia del agotamiento de sus posibilidades; lo reafirmo cuando digo que las posibilidades están agotadas según el estado actual de las cosas al no haberse constituido posibilidades más que para ese divide y vencerás que defiende a ultranza una misma clase política privilegiada. Habrá que constituir algo nuevo basado en la unión, todos juntos como pueblo, sin comprar más división que no trae cambio alguno, sino retrocesos.

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