Nuevos tiempos, mismos aires de libertad.

Viajando en el metro, todo el mundo con un dispositivo entre sus manos, iguales ante el perfil frío y blanco del reflejo de los rostros de todos ellos, bueno nosotros, porque entre una mezcla de sentimiento de grupo o de apatía y aburrimiento, inconscientemente, y en menos de lo que dura un segundo, ese dispositivo como por arte del diablo, está en mi mano.

Echando una mirada hacia el pasaje del vagón, como otras tantas veces, ves a mucha de esa gente consumiendo desde su móvil vídeos de no más de minuto, pero curiosamente, todo el mundo con el mismo comportamiento: el 20% aproximadamente de cada video que abren, lo cierran antes de 15 segundos.

Recordando las palabras de Gerhard Leibholz, la libertad genera inevitablemente desigualdad, y la igualdad inevitablemente no-libertad. Lo cual me hace volver a pensar en todos esos rostros reflejados iguales ante el pequeño monolito azabache que todos sostienen.

De lo profundo de mi ser, brota un sentimiento de rebeldía, y en menos de lo que dura un segundo como por arte de la providencia. Abro un libro que en formato digital me haría no poder leerlo en ese vagón abarrotado. Y en ese momento, me doy cuenta de que he llegado a mi destino, ya con los vagones medio vacíos.

Entonces en me pregunto, ¿Por qué ellos tan iguales a mí como personas, pero tan desiguales como individuos terminamos comportándonos como lo hacemos?

Preferidos y Dispreferidos. ¡Y entonces nuevamente recuerdo las palabras de Séneca: «Hay una gran diferencia entre la alegría y el dolor; ¡si me piden que elija, buscaré la primera y evitaré la segunda! La primera está de acuerdo con la naturaleza, la segunda es contraria a ella. Mientras se midan según este criterio, existe una gran diferencia entre ambas; pero cuando se trata de la cuestión de la virtud implicada, en cada caso la virtud es la misma, ya llegué a través de la alegría o a través de la pena».

En su naturaleza está implícita la búsqueda del placer (esa emoción tan natural en el alma humana) que le da esos minutos de vídeo, que se reproducen en bucle una y otra vez. Pienso ¿Realmente es eso lo que quieren hacer, o hay alguna razón por la que hacen lo que hacen? ¿Hasta qué punto los conoce ese pequeño aparato con diez mil veces más potencia de procesamiento que las computadoras, que llevaron el hombre a la luna a finales de los 60´s y con infinitamente más sensores y cámaras con mayor resolución que aquella que nos trajeron las primeras imágenes del satélite terrestre?

De repente, y sin darme cuenta, la puerta del vagón se abre dejando entrar un soplo de aire seco y cálido, que discordia con el fresco y estático aire del vagón. Como las ideas que despiertan las palabras escritas estáticas en letra muerta de mi pantalla, ante las emociones que despiertan las coloridas, sonoras y multisensoriales pantallas. Guardo mi dispositivo en el bolsillo, a la medida que la gente de alrededor de la puerta se aparta por el desagradable clima casi de forma sincronizada, entonces, salgo por la puerta. Haciendo un esfuerzo desagradable, pero decidido y libre.

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