Hagamos Historia.

Hoy en día, creo que uno de los aspectos humanos más difíciles de atrapar intelectualmente es el histórico. La no presencialidad de su acontecimiento, dado que por definición es un hecho que transcurre a lo largo de los siglos, unido a su desprestigio académico, hace que se dé por sentada su existencia como una necesidad y no como una consecuencia de innumerables avatares y contingencias; lo que acarrea la dramática consecuencia de no reconocerle el valor trascendente que en sí misma entraña.

A esta falta de inteligencia histórica se añade una hiperestimulación de los sentidos visuales, auditivos y gustativos, con una evidente descompensación del hombre occidental del siglo XXI, convertido en un ser superficial y dirigido, placenteramente, por una interesada alianza de fuerzas establecida, sin más premeditación que el oportunismo entre las instituciones políticas y las grandes corporaciones tecnológicas. Ambas alimentan a sus huestes con aquello que les sale más barato, con la diversión generalmente vulgarizante; vamos, lo que antaño se conocía como pan y circo.

Así, la falta de dimensión histórica de una sociedad hace que su razón de ser caiga en desgracia, ya que una sociedad está estructurada por una fuerza cohesiva cultural tejida, y posteriormente acendrada, precisamente, por el tiempo.

Sería uno de nuestros pensadores, Ortega, quien definiría con agudeza la cultura como el principio de conservación de la energía histórica; y sería otro gran pensador, nuestro maestro, don Antonio García-Trevijano, quien pondría el foco sobre el problema: la actual Constitución española; esto es, la constitución formal que se está encargando de desintegrar España, o lo que es lo mismo, la constitución material nacida de su propia historia.

Este crimen cultural es el que explica el actual sistema educativo español. Sus gobernantes, oligarcas, sin más oficio ni beneficio que el de su oportunismo, trocean nuestra Nación para convertir su energía histórica en energía electoralista. Una prueba de ello la podemos ver en cómo una posición en la cuestión del Sáhara, que durante décadas ha tenido un carácter geoestratégico de proyección internacional, ha sido liquidada sin más beneficio evidente que el que pueda sacar el actual Gobierno para su propia estabilidad, ya que de otro modo no podría justificarse este radical cambio de postura. Pero este, es solo un ejemplo más de la superficialidad con la que tratamos cuestiones de la mayor importancia para el futuro de España.

Frente a esta permanente agresión a nuestro Pueblo, solo queda el combate pacífico pero firme de la cultura; el combate pacífico pero firme por la defensa de nuestros valores, nuestras ideas-fuerza, la verdad y la libertad. Estas ideas-fuerza hacen que la libertad de acción cobre inercia, una inercia que a algunos les empieza a dar vértigo y a otros alas.

Hagamos Historia.

Cincinnatus.

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