Sin miedo a una nueva Constitución.

Para los griegos clásicos, la política debe atender siempre hacia el bienestar de la sociedad, es decir, el «bien común» que es superior al bien individual. En nuestro Estado hay más de 70 mil personas que se dedican oficialmente a la política, pero la gran mayoría de la población se siente muy poco o nada representada. Lo considero natural, porque la realidad es que no están representados; no hay una representación real, jurídica, vinculante, puesto que no existe un control efectivo sobre el representante.

Otra cuestión importante es la relativa a la hora de tomar decisiones en el Congreso. Todos observamos que no hay libertad de decisión, es decir, los supuestos representantes deben votar (piensen lo que piensen) según decida la cúpula del partido. Entonces digo yo: ¿de qué sirven tantos diputados? Con reunirse 5 o 6 jefes de partido sería lo mismo… y más económico.

Por otro lado, el Senado dicen que es la Cámara Alta de las Cortes Generales, donde los ciudadanos elegimos también a otros supuestos representantes atendiendo a la designación territorial. ¿Pero de verdad conocemos las funciones del Senado? ¿Para qué sirve esta otra cámara si no es para colocar y enchufar a más políticos inútiles, que encima no nos representan? Son preguntas que me hago y ninguna institución me responde. Vaya chiringuito el Senado… Y puestos, vaya chiringuito también el Congreso.

En Derecho hay un dicho: la Ley siempre llega tarde para solucionar los problemas cotidianos de los ciudadanos. Pues eso es lo que pasa con nuestra llamada «Constitución Española»: ya no resulta acorde a nuestros tiempos. Principalmente porque los problemas de esa época son distintos de los actuales, y además porque la sociedad ahora tiene mayor conocimiento del panorama que el que había en 1978. Ahora sabemos muchas más cosas que antes, la información es más libre con internet… las mentiras van cayendo.

Pues bien, en consonancia con una «Constitución» que fue oligárquica (es decir, establecida en interés de los partidos que la crearon), considero natural que los políticos no nos representen, olvidado la concepción del «bien común» de la Grecia clásica. Como comprobamos, únicamente se preocupan de salir bien en la foto, es decir, sólo se preocupan del bien individual, de sus egos. La política se ha convertido, sobre todo en los últimos años, en un plató de televisión donde los contertulios (políticos) aprovechan la mínima para tirarse los trastos a la cabeza. En vez conversar reposadamente y tomar sabias decisiones en común, son movidos por la cabezonería irracional de sus egos, y sobre todo, por seguir manteniendo una posición de privilegio que alimente sus desmedidas ansias de poder.

Como digo, una «Constitución» creada por una camarilla de caudillos egoístas, en un clima de miedo y de desconocimiento (imaginaos el panorama que había en 1978), tiene como resultado toda esa bajeza: un sistema gobernado por caudillos egoístas, que se valen del miedo y del desconocimiento.

Por eso pienso que es necesario que el pueblo retome eso que comenzó en la Transición, esos deberes pendientes, y hagamos entre todos una Constitución como Dios manda: sin intereses egoístas, pensando a largo plazo, y con la participación informada (reflexionada con años de maduración y bien reposada) de todos los ciudadanos, para así buscar entre todos el bien común de todos con sabiduría. Eso es el periodo de Libertad Constituyente.

Así saldrá una Constitución elaborada en interés del colectivo, no salida de unas camarillas, y sobre todo y lo más importante: ¡redactada sin miedo!

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