Acción política como terapia frente a la depresión política.

En los años sesenta los profesores Seligman y Maier, apoyándose en estudios previos, tuvieron el acierto de identificar y determinar un tipo de conducta humana estrechamente relacionada con la depresión y que denominaron indefensión aprendida.

Este comportamiento humano fue estudiado con la experimentación animal, siendo el más representativo de su estudio el realizado con tres grupos de perros con similares características, de los cuales, dos serían expuestos a descargas eléctricas con la intensidad necesaria para generar en ellos una sensación de amenaza. De los dos grupos expuestos a esos eventos estresores, un grupo podía escapar de ellos a través de un mecanismo que podían accionar esos mismos perros y el otro grupo no tenía mecanismo de escapatoria. El tercer grupo no fue sometido a descargas eléctricas.

Al día siguiente, los tres grupos fueron expuestos a las mismas descargas eléctricas y con la misma posibilidad de escape para todos. El resultado fue que dos tercios del grupo que no tenía posibilidad de escapatoria no buscaron evitar el factor amenazante, mientras que el noventa por ciento de los otros dos grupos lograron escapar sin mayor complicación ante el evento aversivo.

Posteriormente se diseñaron múltiples experimentos con humanos que confirmaron estas conductas, resultando destacable que entre los jóvenes que colaboraron en esos trabajos sobresalía una expresión generalmente utilizada y que resultaba ser muy descriptiva: ¡Nada funcionaba, entonces para qué intentar algo!

Tras años de investigación, se llegó a la conclusión de que aquellos grupos expuestos a esos factores estresantes sin posibilidad de escapatoria, informaban no solo de una conducta pasiva ante los mismos, sino de los siguientes cambios conductuales: reducción de la agresividad esperada, reducido dominio social, atención exagerada a estímulos externos, condicionamiento del miedo potenciado, neofobias, conducta de ansiedad en la exploración social juvenil, recompensa potenciada en los opioides, exagerada estereotipia a los estimulantes y  ralentización de la desaparición de la sensación de miedo.

No obstante, el trabajo de investigación no quedó ahí. En el año 2016 los profesores Seligman y Maier publicaron un trabajo titulado La indefensión aprendida a los cincuenta años: aportaciones de la neurociencia. La observación directa del cerebro humano con las herramientas neurocientíficas permitieron concluir que la indefensión nacía principalmente de la inexistencia de control del evento aversivo, es decir, la presencia de control parece ser el ingrediente activo que dirige la reacción neuronal a la inhibición de los cambios inducidos por la amenaza en las estructuras límbicas y del tallo cerebral. Después de estos estudios estos investigadores han concluido que la reacción de pasividad junto al incremento de la ansiedad es una respuesta defensiva refleja que no es aprendida, sino que es innata tanto del cerebro humano como de los mamíferos, incluyendo aquellos más simples. Es decir, se trata de una respuesta predeterminada en los organismos más evolucionados ante eventos amenazantes prolongados que tiene lugar, en nuestro caso, en el núcleo dorsal del rafe.

El segundo hallazgo consiste en localizar la señal para inhibir la respuesta predeterminada para eventos amenazantes en el córtex prefrontal ventromedial. Con ello, se ha determinado también que los síntomas de pasividad y ansiedad acusada encajan bastante bien con los síntomas de la depresión y quizá con aquellos desórdenes de estrés postraumático.

La tercera aportación se refiere a los efectos duraderos que tiene la intervención cognitiva. El ejercicio de reevaluar situaciones vistas como catastróficas, insalvables o sin solución, adecuándolas a una respuesta realista y de posible solución son la salida correcta de estos trastornos. Y para ello, acaban en este último trabajo insistiendo en que, dado que la pasividad y la ansiedad acusada —entre otras— son reacciones de los mamíferos no aprendidas que aparecen predeterminadas en nuestro cerebro ante eventos prolongados aversivos y por lo tanto no modificables, lo que sí puede ser aprendido es que esos eventos amenazantes sí pueden ser controlados en el futuro, trabajando en el circuito neuronal de la corteza prefrontal ventromedial para así llegar hasta el núcleo dorsal del rafe y otras estructuras, inhibiendo cognitivamente la activación de estas últimas. Y añaden que tales expectativas son probablemente la mejor defensa natural contra la indefensión, considerando que el circuito córtex prefrontal ventromedial-núcleo dorsal del rafe puede ser útilmente identificado como el circuito de la esperanza.

La relevancia de estos postulados no es menor si indicamos lo que otro equipo de investigación concluyó en el año 2012 (Ray y Zald):

Estos investigadores tanto implícita como explícitamente describen la regulación de la emoción como el empleo de la región de control cognitivo “frío” descendente para rebajar los procesos reactivos “calientes” ascendentes implicando las regiones límbicas subcorticales como la amígdala. El fracaso del correcto empleo de los mecanismos de control cognitivo descendente del cortex prefrontal o los procesos ascendentes hiperactivos de la amígdala han sido propuestos como coadyuvantes de varias formas de psicopatologías.

Hasta aquí, las aportaciones de los profesores Seligman y Maier.

El pasado siete de octubre de 2021, la Agencia Efe indicaba en una noticia sobre la depresión lo siguiente:

Según psiquiatras consultados por Efe, los picos de depresión llegaron con «retardo» porque en un principio la gente se preocupaba más de la enfermedad física que mental y ahora los síntomas depresivos persisten porque, aunque la pandemia tienda a la baja, siguen vigentes sus consecuencias como la crisis económica, la muerte de allegados y la incertidumbre que en el caso de menores se traduce en trastornos de conducta alimentaria y tendencias suicidas.

Y más adelante se hace eco de las palabras de un psiquiatra que señala que:

es un hecho que las situaciones de crisis alimentan los cuadros depresivos, y no sólo esta crisis sanitaria con medidas de aislamiento social. Ya en 2008, la crisis económica y financiera, supuso un aumento de los trastornos afectivos en un 20%. Y se sospecha que estos porcentajes están por debajo de las cifras reales, ya que muchos casos no se derivan a servicios de salud.

En el momento que escribo este artículo vuelvo a encontrarme en los titulares de los periódicos de referencia nacional con el terrorismo informativo que en su día denunció Javier Marías.

La primera víctima del Covid-19 fue la Verdad, después vendría el socavamiento de las libertades individuales con el dolorosísimo número de víctimas. Actualmente la sociedad no sabe qué creer y qué no, solo le queda obedecer, pura indefensión.

No son las crisis económicas o financieras o sanitarias las que inducen a la depresión, no. El ser humano ha estado expuesto permanentemente a los accidentes, a los eventos adversos de la naturaleza. Lo que induce a la depresión, a la indefensión aprendida, a los trastornos de ansiedad, a las adicciones —a todo ese cuadro dramático apuntado más arriba—, lo que provoca en las personas sanas de nacimiento esos cuadros, es la incapacidad de controlar su futuro, la incertidumbre del futuro de sus hijos, la evidencia de estar en manos de unos políticos mediocres que viven en la indolente indiferencia de la realidad social, al amparo de una estructura política que premia el fanatismo partidista, la corrupción moral y económica, y castiga a lo mejor de nuestra sociedad con la mentira pública de que vivimos en una democracia y que este es el peaje que hay que pagar.

El problema de la salud mental en España es en gran medida político y su solución nunca vendrá de las manos de nuestros oligarcas.

Sin libertad política colectiva nunca lograremos un sistema democrático. Sin un sistema democrático, nunca conseguiremos el control de nuestras instituciones políticas, y sin el control de nuestras instituciones políticas, nunca tendremos el control de nuestra vida social.

Sin embargo, sí podremos cruzarnos con personas que, a pesar de vivir en un sistema oligárquico, se sienten mentalmente libres, sanamente libres. Estas personas conocen la razón de estos problemas sociales. No se angustian porque saben encontrar las causas del mal, no se sienten indefensos porque saben dónde está su fuerza, y dejaron de ser siervos del miedo desde el primer día que pasaron a la acción política para controlar su futuro.

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