Cartas Demócratas.

Jefferson me sobrevive.

El 4 de julio de 1836, cuando se cumplía cincuenta años de la Declaración de Independencia, John Adams, en su lecho de muerte recordó a su sucesor: «Jefferson me sobrevive». Fueron sus últimas palabras. Estaba equivocado, Jefferson se le había anticipado por cinco horas: el destino, el azar y el carácter los unió en la vida y en la muerte. Extraña coincidencia. Esta generación de hombres, única en su grandeza, otro 4 de julio de 1776, con la firma del presidente del Congreso Continental, John Hancock legalizó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América.

Comienzo mi primera Carta a los Demócratas, recordando con esta demostración pública mi admiración y respeto a los Padres Fundadores de la Democracia.

Málaga, 13 de noviembre de 2021.

Queridos compañeros y amigos:

Estabuladas las conciencias por el establecimiento del régimen desde el 15 de junio de 1977, hoy, 44 años después, la nación española sobrevive sin dignidad, ni pena ni gloria, entregada en cuerpo y alma a la servidumbre voluntaria de los chulos del Estado de partidos. ¡Bochornoso! Malvive la sociedad civil (sus restos), del producto artificial del resultado de un pacto felón, sellado a fuego por el consenso de dos miedos: el miedo de las fuerzas del tardofranquismo a la oposición democrática y el de ésta a la libertad política colectiva, o sea, al sujeto político constituyente.

El abrazo de estas dos malas conciencias fraguó la reconciliación (beata) nacional, sin rendir cuentas a la historia, abrieron de par en par los salones de palacio. Coronando al Rey desnudo, ilegítimo y sin honor, sonó la música y comenzó el baile de máscaras. Deslumbrados todos (convertidos ya en cortesanos) por los oropeles de las baratijas defectuosas, dieron pasos a la marcha por la transición (yo la llamo: traición). De la Ley a la Ley (Torcuato Fernández Miranda).

Agotadas todas las energías democráticas en la conquista por el poder, se renovaron las fuerzas con inusitadas esperanzas. Caras nuevas con ideas viejas y una fe ciega y carbonera impuso el latrocinio, convirtiéndolo en arte, para el enriquecimiento de los recién llegados. Renunciados los principios ¿qué queda que no sea el oro y el robo? La apropiación indebida del Estado era inevitable, es más, necesaria como factor corrupto de gobierno.

Siento un profundo pesar (es el malestar de la cultura según Freud), por la dejación de mis conciudadanos. El zoon politikón, aristotélico, que nos diferencia de los otros animales, el que crea sociedades y organiza la vida de la «Polis», sucumbió al pagano adorador de falsos dioses y con el Espíritu Santo, también, Santa Trinidad de las funciones (que no separación de poderes, según Montesquieu). Salieron todos, vivarachos y mamarrachos, exultantes al encuentro del Vellocino de Oro, postrándose a los pies del trono. No hubo nada noble, ni heroico en el proceso y como escribió Montaigne: «La cobardía es la madre de la crueldad». Así fue y así pasó.

Instalados en el consenso (sin conocer las intenciones de Marsilio de Padua y Maquiavelo) que impide la lucha por el poder, la muerte de la sociedad civil estaba asegurada, dejando el paso despejado a la Partitocracia que es la Dictadura por otros medios. En estas condiciones el totalitarismo es una tentación irrenunciable. Ningún humanismo podría surgir ya de este Estado (si es que algún humanismo puede emanar del Estado) ¡Qué barbaridad!

¿Qué hacer? Se preguntaría Lenin. Sin electricidad (sin energías), ni Soviet, el aire está tan viciado que contamina las mentes. Es la corrupción más dañina: la de la mente. La que doblega las voluntades, la apática, la que acomoda el pensamiento para seguir lo que piensan otros. No es ausencia de pensamiento, es seguidismo del pensamiento.

¿Qué hacer? ¡Arrojarlos desde la Roca Tarpeya que los romanos eran muy sabios!

¿Qué hacer? La salida a esta debacle, está en el umbral de las puertas de la hegemonía cultural y para ello nada mejor que recordar las palabras del clarividente Gramsci: «Instrúyanse porque tendremos la necesidad de toda nuestra inteligencia. Conmuévanse porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo. Organícense porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza».

Y yo añado: paciencia y no desesperen. Vale, dixit Cervantes.

Posdata. Palabras de Trevijano: «La democracia es la garantía institucional de la libertad política. La democracia no es la libertad porque ésta es anterior y fundante de la primera».

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