Este sistema, ciertamente, es aterrador.

—Me da miedo que ese partido gane las elecciones.

—Entiendo tu miedo. ¿Sabes de dónde viene?

—Si gana ese partido, sería la perdición para todos. La ruina completa de España. Sus ideas son nefastas. Lo que nos faltaba…

—La manera de sanar el miedo es mediante la comprensión.

—¿Qué debo comprender de ese partido? Son absolutamente abominables. Debo impedir que ganen con todas mis fuerzas. Nunca me perdonaré que obtengan el poder sin que yo haya hecho nada… Jamás. El futuro de todos está en juego.

—Esas acciones parecen impulsadas por el miedo, ¿cierto?

—Sí. Me da miedo ese partido, como te dije.

—No es saludable vivir con miedo. ¿Deseas liberarte de él?

—Sí. Y la única manera es que no ganen. Que gobiernen los del otro partido.

—¿El otro partido no te da miedo?

—No. Confío en ellos. Harán las cosas medianamente bien, y si no, al menos no son los del otro partido que aborrezco.

—¿Cómo sabes que harán las cosas medianamente bien?

—No lo sé con certeza. Tengo mi fe en ellos.

—Entonces, ¿podría ser que ese partido no hiciese las cosas como lo esperabas?

—Podría ser.

—Y si ese partido traicionase su programa, y al final hiciese cosas propias del otro partido al que aborreces, ¿no te daría miedo también?

—Sin duda.

—¿Ha ocurrido antes que un partido que prometió cambiar las cosas al final no cambió nada, e incluso mantuvo las medidas que prometió cambiar del partido contrario?

—Sí, ha ocurrido.

—¿Ha ocurrido antes que unos partidos, en principio contrarios, con el tiempo han ido proponiendo cosas muy parecidas, hasta el punto de no haber muchas diferencias entre uno u otro?

—Así lo he visto alguna vez. ¿Y qué? ¿A dónde quieres llegar?

—Me dijiste que deseas liberarte de ese miedo, y que la única manera es que no gane el partido al que temes. No obstante, el partido al que apoyas puede llegar a darte miedo pues, una vez alcance el Gobierno, puede llegar a convertirse en algo parecido a lo que prometió combatir como nos dice la voz de la experiencia. Entonces, no parece que esa sea la única manera de liberarte de ese miedo, pues ese camino puede conducir a más miedo.

—Puede conducir a más miedo, sí, pero a un miedo menor.

—¿No me dijiste que deseas liberarte del miedo?

—Eso es lo que deseo.

—Un miedo menor no es una liberación del miedo.

—Cierto, sigue siendo miedo. Entonces, ¿cómo liberarme?

—Con la verdad.

—¿Cómo que la verdad?

—La verdad es comprender la realidad de las cosas. Y una vez se comprenden, el miedo puede ser sustituido por la aceptación. No puede existir miedo con aceptación, ni aceptación con miedo: el uno excluye al otro, como la vida a la muerte y viceversa.

—¿Quieres que acepte que gane el partido al que aborrezco? Jamás de los jamases. Eso no es una liberación, sino una esclavitud.

—Me dijiste que deseas liberarte del miedo, ¿cierto?

—Sí. Y dijimos que apoyando al partido contrario no conseguiré liberarme completamente del miedo.

—Así lo dijimos. No te estoy pidiendo que aceptes que gane el partido al cual temes, sino que comprendas la causa de ese miedo, y, en consecuencia, si tú quieres, se pueda desvanecer con la luz de la aceptación.

—Supongo que la causa de mi miedo es que arruinen mi país, me arruinen a mí, a mis seres queridos, y conviertan España en algo monstruoso que no deseo.

—¿Y por qué podrían hacer semejantes cosas? ¿Cuál es la causa?

—Nunca me he hecho esa pregunta. Déjame pensar…

—Es una causa de la que nadie habla. ¿Por qué los políticos pueden hacer lo que hacen?

—Porque hacen las leyes.

—¿Y por qué pueden?

—Porque lo dice la Constitución de 1978.

—Y esa es la norma que constituye todo un sistema de reglas, mediante el cual los políticos pueden hacer esas cosas terribles. ¿Cierto?

—¿Me estás diciendo que la causa de mi miedo es la Constitución?

—Está en ella, pero no en toda ella.

—Explícame eso.

—La llamada Constitución contiene unos derechos fundamentales que nos protegen a todos, pero también contiene una serie de reglas de juego que son la causa directa de que los partidos gobernantes puedan llegar a quitarte el sueño.

—Eh… bueno, diremos que sí.

—La llamada Constitución otorga tantísimo poder a los políticos que dan verdadero pavor. Gane quien gane, pueden llegar a hacer cosas horrorosas amparadas por la propia Ley.

—En eso te doy la razón. Pueden desde indultar a quienes quieran, hasta decretar en el acto cualquier medida que atente contra tus derechos fundamentales, sin contar con que ellos tienen sus manos en el Tribunal Constitucional, en el Tribunal Supremo, en el Consejo General del Poder Judicial, en los fiscales…

—Entonces, ¿no es la causa de tu miedo el poder casi absoluto que obtienen los partidos una vez ganan?

—Según hemos visto, así es.

—La causa de tu miedo es sistémica. Pocos hablan de esto. Casi todos hablan acerca del miedo que da un partido u otro partido, pero sin apuntar a las verdaderas causas. La causa está en el propio sistema que no ofrece suficientes límites al poder. Los partidos del sistema controlan a los diputados que hacen las leyes, los partidos del sistema forman el Gobierno que las ejecutan, y los partidos del sistema dominan a las altas judicaturas, así como a los sindicatos, a todas las administraciones y a las universidades públicas. El poder que tienen, por causa de la llamada Constitución, es propio de un absolutismo que recuerda a otras épocas. ¿Cómo no van a darnos miedo? Este sistema, ciertamente, es aterrador.

—¿Tú también tienes miedo?

—No. Yo me liberé del miedo porque supe ver las causas verdaderas. Con la paz de espíritu que brinda la comprensión exacta de las cosas, supe que el remedio es poner límites al poder, y a ello dedico mi actividad política. Desde luego, ¡no a apoyar a un partido o a otro de este sistema! ¡Ni a distraerme en sus vanas discusiones!

—Sí, ya. Aunque existiesen límites y controles al poder, los políticos seguirían haciendo barbaridades.

—Pero los podríamos detener inmediatamente, cosa que hoy no. Podríamos dormir tranquilos. ¿Te imaginas que ante el más mínimo atisbo de abuso de poder pudiésemos paralizar cualquier medida concreta del Gobierno? ¿Te imaginas que pudiésemos revocar en todo momento al representante que hemos votado, o frenar en seco la aprobación de cualquier ley? ¿Te imaginas a la Justicia actuando totalmente separada del poder político?

—Puede que tengas razón. Pero a mí ese partido me sigue dando miedo y voy a votar al otro para contribuir a que no gane. Lo siento, no puedo evitarlo.

—Es una emoción natural ante un sistema sin control del poder. Estamos vendidos, así que tenerles miedo es un sentimiento respetable. Pero ahora sabes cómo liberarte completamente del miedo, que es lo que me preguntaste. Ya depende de cada uno decidir, en su momento, si es mejor guiar sus actos por el miedo, o si prefiere guiarlos con un corazón tranquilo.

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