España, ¿quién te defiende?

Sé que la pregunta del título puede parecer extraña, pero me siento obligado a formularla por un sentido de lealtad a mi patria, es decir, a la tierra de mis padres. En España no está bien visto hablar de España, mucho menos para hablar de su integridad territorial, de la integridad de sus instituciones públicas, de su pasado, de su presente y no digamos de su futuro. Sin embargo, he llegado a la triste convicción de que hoy las únicas personas capaces de poder defender a España, son las personas corrientes.

Desde hace años asisto a un permanente ataque a España por parte de los partidos políticos independentistas que reniegan de ser españoles; el mismo número de años que vengo observando cómo los partidos políticos constitucionalistas que ocupan las instituciones del Estado hacen una defensa de España a la medida de sus intereses electorales. Ambas partes políticas incurren en el mismo vicio, se arrogan la autoridad de decir y decidir qué es España. Se adueñan de todo, hasta de lo imposible, se adueñan de la historia.

Y es que el delirio de nuestros gobernantes les lleva a hacernos creer que pueden fundar o extinguir naciones mediante un referéndum preconcebido por ellos. Pero, ¿es esto posible?

Si le preguntamos a los partidos políticos y a todo su aparato oficial y extraoficial, dirán que sí. Pero para una cuestión tan seria, prefiero acudir al razonamiento honesto, riguroso y culto. Me estoy refiriendo a don Antonio García-Trevijano, quien nos enseña en su libro titulado, Hecho nacional y conciencia de España, que «España, como las demás naciones, no ha sido el fruto de una decisión voluntaria de sus pobladores. (…) Ni tampoco es un producto contractual del consenso de los poderosos o del asentimiento de los pueblos que la integran»1. Este pensador español afirma que cuando el nomadismo de los cazadores cedió las pautas de la evolución cultural al sedentarismo de los agricultores, los pueblos se convirtieron en naciones, es decir, lugar común de nacimiento, vida y enterramiento de las generaciones. España, por tanto, es un puro hecho de existencia nacional. Somos españoles, como algo inherente a la existencia parcelaria de la humanidad en sociedades estatales, porque no podemos ser, aun queriendo, otra cosa. El Estado nacional ha sido una invención del hombre. Pero eso no implica que haya sido una invención libre. En definitiva, una nación es el resultado de la historia, y nada más.

Siendo tan cierta como evidente la tesis de don Antonio García-Trevijano, entonces, ¿a qué obedece toda esta locura independentista y qué implicaciones tiene la pusilanimidad del Gobierno de España?

El jurista Rodolfo Von Ihering, en su obra clásica La lucha por el derecho, plantea un supuesto en el que un pueblo arrebata a otro una legua de terreno inculto y sin valor. Y poco más adelante responde a este supuesto como sigue: «No hay nadie que no afirme que un pueblo que no se resistiese ante semejante violación de su derecho, confirmaba su propia sentencia de muerte. A un pueblo que sufriese que le ocupen y conquisten impunemente una legua cuadrada de su terreno, se le iría poco a poco ocupando todas las demás hasta que no le quedase nada, y que dejase de existir como Estado, y no merecería en verdad más digna muerte, ni suerte mejor.»2

Este autor nos enseña que la lucha por el derecho es una lucha que resuelve un conflicto de intereses, y en España, esta lucha independentista de catalanes y vascos, por ahora, es una lucha en interés de los partidos políticos, independentistas y no independentistas; cada uno de ellos combate frente a los otros por obtener más poder político, nada más. De ahí que para ellos España sea una cuestión discutible, y cuando tiene que ser defendida por su Gobierno, éstos trasladan esa carga (electoral) al Tribunal Constitucional u otros. Y cuando los Tribunales de Justicia deben perseguir una conducta que atenta contra España, son las instituciones políticas las que asumen esa competencia.

No nos podemos engañar. Asistimos a una lucha por el poder político, los independentistas quieren su propio Estado, los no independentistas quieren un Estado a su medida. En cualquier caso la pieza a ganar es la Nación española.

Ante esta dramática situación, solo hay una salida, que la Nación española conquiste la Libertad política colectiva, que arrebate el poder político a estos partidos estatales, independentistas y no independentistas, y en el ejercicio de esa Libertad política colectiva establezca un sistema democrático, con representación política y separación de poderes.


(1) En la página 17 del libro titulado, Hecho nacional y conciencia de España. Editorial MCRC. Primera edición, 2016. Autor, Antonio García-Trevijano.

(2) En la página 41 del libro titulado, La lucha por el derecho. Editorial Comares. Autor, Rodolfo Von Ihering.

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