¿Filántropos o antropófagos?

Confieso que últimamente, cada vez que leo el calificativo de filántropo, siempre referido a algún multimillonario extranjero, me viene a la mente la palabra antropófago. No sé que extraña relación neurológica se produce en mi cerebro para que se produzca esta yuxtaposición nominal.

No es que piense en el canibalismo propiamente dicho, nada de eso, pienso en el control de las almas humanas, devoradores de libertad, que también pudiera ser una modalidad de antropofagia virtual.

El hecho es que ayer, tras escuchar una charla del neurocientífico Facundo Manes en la que afirmaba que la inteligencia artificial no puede alcanzar la capacidad resolutiva de nuestro cerebro, ya que aquélla no es capaz de adaptarse continuamente al siempre variante contexto de nuestro mundo interno y externo, brotó de manera súbita una hipótesis que pudiera explicar esa extraña relación de términos.

Se me ocurrió pensar que estos filántropos, dueños de grandes corporaciones multinacionales, podían estar bien informados, y ser conscientes de que por muy desarrollada que sean sus herramientas de inteligencia artificial, por mucha información que almacenen de nosotros, nunca lograrán apoderarse de ese animal genuino que es el ser humano, ya que el contexto no lo dominan.

Pero, si no es posible dominar nuestro cerebro, ¿qué pasaría si en vez de querer dominar al hombre a través de su cerebro, redirigen su esfuerzo a querer dominar el contexto?

Me refiero a esta forma de empobrecer el entorno humano, a la moda de ver series de infinitos capítulos para uniformar la atención y los gustos sociales, a la cultura de mera apariencia estética, vacía de valores primordiales para la persona, como la verdad, la lealtad y la libertad. A esa aterradora imagen de ver a las personas permanentemente conectadas a sus teléfonos como si un virus pandémico nos hubiera abducido.

Creo que la alianza entre el poder político y económico está instrumentalizando las estructuras estatales para someter a la sociedad a sus propios intereses o designios. Quieren reducir nuestro campo vivencial a la mínima expresión, de este modo podrán cosificarnos, seremos sociedades idénticas, sin alma, como las actuales ciudades, en las que en sus principales calles la actividad comercial está ocupada por las mismas marcas, por el mismo estilo publicitario. Dará lo mismo comer en Málaga o en Pekín, porque los restaurantes pertenecerán a las mismas cadenas de restauración, nos convertirán en meros consumidores. Todo global y al servicio de los mandantes, que no mandatarios, de los estados y de los dueños de las multinacionales.

Creo que por esta razón, cuando leo alguna noticia dedicada a algún amable filántropo, me acuerdo siempre del adjetivo antropófago. Quizá sea solo mi instinto de supervivencia, pero ya se sabe, las emociones son mucho más antiguas que las razones, por algo será.

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