La partidocracia alimenta el independentismo.

Resulta llamativo ver cómo el ser humano, en un juego de lógica estupefaciente, es capaz de crear una realidad imaginaria que le permite continuar desconociendo la realidad inexorable.

La primera vez que me enfrenté a esta reflexión fue en mis inicios como abogado, y fue en una conversación con un compañero de profesión mucho más experto y veterano que yo. Hablábamos por entonces de una comunidad de propietarios con importantes defectos de construcción, y nos llamaba a los dos la atención el modo en que aquellos propietarios, conocedores de los graves defectos, y viendo que el promotor se iba colocando en una posición de insolvencia, a la vez creían las promesas que éste les hacía una y otra vez de asumir las cuantiosas reparaciones necesarias. Una nueva promesa cada vez que se ponía de manifiesto que la última no había sido cumplida; esta situación cuasi hipnótica duró unos tres años, hasta que por fin ejercitaron las acciones oportunas. Recuerdo que este compañero definió este fenómeno como «optimismo antropológico». Desde entonces, este comportamiento me lo he encontrado en el mundo jurídico con mucha frecuencia.

Les cuento esto, porque al ver algunos políticos especular sobre cuándo y cómo debe hacerse la aplicación del artículo 155 de la llamada Constitución española, me recuerdan mucho a esas promesas que apelan subliminarmente a ese «optimismo antropológico» y que hacen caer en una situación de estupor a los que se ven sorprendidos por una situación inesperada y amenazante.

Francamente, no creo que la sedición de las Instituciones políticas catalanas pueda ser resuelta mediante este artículo 155, que, por lo demás, no deja de ser una medida cautelar y por lo tanto temporal. Para hacer esta afirmación parto de los siguientes hechos:

En primer lugar, debemos tener presente que dicho artículo pretende resolver un problema que se ha gestado con el resto de los artículos de esta Constitución española. Lo cual, al margen de su parca y oscura redacción, ya plantea por sí mismo un difícil problema de interpretación.

Otro hecho cierto es que aquellos que deben obedecer la aplicación del artículo 155 de la C.E., son los mismos que vienen desobedeciendo durante años los requerimientos de las autoridades judiciales o de la Administración central.

Y otro hecho cierto más, es que aquellos que deben decidir cómo y cuándo aplicar este artículo son los mismos que han permitido durante años que la ideología nacionalista ganara la hegemonía política en Cataluña y en otras regiones de España.

Por lo tanto, a la vista de la profundísima crisis de las instituciones estatales que se está viviendo, resulta necesario hacerse la siguiente pregunta: ¿podemos confiar en el texto constitucional, para resolver esta crucial situación? Debemos tener presente que no está en juego el Estado español, sino que está en juego la Nación española, la cual está en riesgo de ser sumida en un caos debido a la lucha de poder de los partidos políticos estatales, ya sean de ámbito regional o nacional. Es decir, son las instituciones estatales las que atacan a nuestra Nación.

En mi opinión, la solución no está en la Constitución española,  de ahí vienen todos nuestros males. Nunca se debió permitir contemplar a la Nación española y su territorio como algo discutible y discutido. España es fruto de su historia, pese a quien le pese. Desde el momento en el que se permite disponer de Ella, se está sembrando la semilla de la discordia, y lo que es peor, se está mintiendo a la sociedad española haciéndole creer que eso es posible.

Como viene enseñándonos don Antonio García-Trevijano, el problema del independentismo viene alimentado por el propio diseño del sistema partidocrático. Es la falta de representación política de la sociedad civil la que magnifica el voto catalán o vasco y les concede «de facto»una capacidad negociadora en términos bilaterales frente al partido aspirante a gobernar la Nación, lo que desde luego constituye un claro agravio comparativo.

Pero lo peor es que esta aberración política, necesaria para poder llevar a cabo la transición de una dictadura a una oligarquía, es la que ha colocado a la Nación española en un proceso degenerativo inexorable. ¿Cuántas veces, los partidos de ámbito nacional han tenido que hacer concesiones políticas a los partidos nacionalistas para conseguir el gobierno de España? Es ese el germen de esta crisis política. Esto no sucedería si el poder ejecutivo dependiera de una elección presidencial separada de la elección del poder legislativo y con un cuerpo electoral sujeto a una única circunscripción. En este caso ya no habría chantaje de los partidos nacionalistas, sin embargo, no se quiere y no se permite hablar de este problema. Don Antonio García-Trevijano denunció este vicio estructural desde el principio y lo condenaron al ostracismo.

Llamo «optimismo antropológico» a esa tendencia tan humana a la superstición, a creer que la realidad tiene unas leyes morales que se acomodan a las necesidades del individuo. Pero cuidado, no hay ninguna «mano invisible» que cuide del destino de España, formamos parte de la naturaleza y la naturaleza es muy «torpe». Por cada acierto suyo hay millones y millones de errores que quedan aniquilados por el curso deltiempo.

Son raras las ocasiones en las que la sociedad española pone tanta atención a un problema político; esa predisposición social para entender qué está pasando debe ser aprovechada por las personas de bien. Es el momento de introducir fértiles motivos de reflexión que permitan aprender de los acontecimientos y señalen la salida del problema. Hay que romper el paradigma creado por la oligarquía de partidos, porque la solución está fuera de él.

Si te pareció interesante, ¡compártelo!