La enfermedad de España y su cura (parte IV).

Tiranía

Al hablar de tiranos lo primero que se dibuja en nuestra mente es la caricatura de un señor malvado, cruel, que abusa de las personas a las que gobierna con puño de hierro; sin embargo, no es necesario que un soberano haga el mal para ser considerado tirano, basta con que sea arbitrario, esto es, que tenga poder ilimitado para hacer y deshacer a voluntad, sin oposición de ningún tipo. Hoy toca hacer A, y mañana B, «porque yo lo digo». Para esto, debe existir un entorno que permita su existencia; esa persona no tiene la fuerza para imponerse por sí misma. Antiguamente, los tiranos eran derrocados violentamente o morían de viejos en sus tronos, dando paso a un sucesor (otro tirano) o a un cambio en el régimen de poder (que pasaba a ser repartido entre varios, por ejemplo). Hoy en día, en los regímenes occidentales, lo normal es que los gobernantes abandonen su puesto tras pasar un tiempo preestablecido de cuatro, ocho o los años que permita la Ley, quedando el régimen intacto, de forma que el próximo gobernante tiene a su alcance los mismos mecanismos y reglas de juego que su antecesor, aunque puedan haber distintas leyes. Teniendo en cuenta todo lo anterior, sería interesante preguntarse: ¿puede haber tiranos en un régimen de poder como el que tenemos? ¿Existe una oposición real frente a la voluntad de nuestros gobernantes? ¿Existe alguna diferencia, en cuanto a lo que pueden o no pueden hacer, entre un gobernante y el siguiente?

Para comprender el comportamiento de los agentes políticos en un sistema cualquiera, es necesario analizar las relaciones de poder, olvidándonos de nuestros prejuicios ideológicos, de nuestros deseos acerca de cómo «debería ser» o cómo «esperamos que sea», y describirlo únicamente por lo que vemos que es, como un científico diseccionando un órgano; fuera amores y odios, fuera pasiones. En toda relación de poder existe una persona o grupos de personas que mandan, y otra persona, o grupo de personas, que obedecen. En caso de haber dos potencias con la misma fuerza, ninguno manda y ninguno obedece, lo que hay es un enfrentamiento.

Empecemos por el origen del régimen de poder actual. El presente artículo no tiene como objeto relatar la Historia de España; ya hay muchísima información al respecto (puede usted buscar el documental Frente a la Gran Mentira), pero es importante conocer lo esencial de lo que ocurrió tras el fallecimiento del dictador Francisco Franco en 1975. Lo primero que es importante señalar es el hecho de que murió en su cama. No fue derrotado ni derrocado. Sus cortesanos no fueron juzgados ni apartados del juego político tras su muerte, al contrario, lideraron lo que llamaron «La Transición». El rey Juan Carlos I (designado por Franco, saltándose la línea sucesoria), Adolfo Suárez (Ministro del Movimiento), Manuel Fraga (Ministro de Información y Turismo), Torcuato Fernández-Miranda (Secretario General del Movimiento), Carlos Arias Navarro (Ministro de la Gobernación), la plana mayor del Ejército, y un sinfín de personalidades pertenecientes al núcleo duro del franquismo, fueron protagonistas de una supuesta transformación del régimen dictatorial a un sistema democrático. Existió una oposición política durante los años 70, verdadera promotora de la instauración de una democracia en España, la llamada Junta Democrática de España (1974), que más tarde se transformó en la Platajunta (1976), ambas fundadas y lideradas por el abogado y pensador político Antonio García-Trevijano. Sin embargo, a medida que los líderes de las formaciones que la componían se iban reuniendo con las fuerzas franquistas, fueron traicionando sus compromisos iniciales y transformando su discurso, pasando de la exigencia de una «ruptura democrática», término empleado por García-Trevijano, a la participación en una «reforma democrática». A tal deslealtad se le llamó «pasar por la ventanilla de Carlos Arias». Santiago Carrillo, máximo exponente de la lucha izquierdista, dio la espalda a todos sus camaradas caídos y renunció a condenar a sus enemigos. A esto se le llamó «reconciliación». Felipe González, que hasta ese momento no era más que un universitario protegido por el franquismo (lo conocían por el apodo de Isidoro), pasó a convertirse en una persona influyente gracias a que Carrero Blanco le ayudó a llegar al Congreso de Suresnes (1974) donde se hizo con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), sin apenas militancia en España, y a que recibió grandes cantidades de dinero de la socialdemocracia alemana (Willy Brandt). Poco tiempo después, haría que el PSOE abandonase la ideología marxista. Ambos personajes aceptaron que fuese un poder anterior quien permitiese participar a sus respectivos partidos, en lugar de disputarle el mando u ofrecer resistencia para pactar los términos en igualdad. En resumen, todos, franquistas y no franquistas, salvo el citado abogado, estuvieron de acuerdo en olvidar. Y a este olvido, el de sus valores morales en pos de un interés compartido, se le llamó «consenso». El filósofo Ortega y Gasset, más de 20 años atrás, dejó claro su criterio acerca de este tipo de pactos entre supuestos enemigos: «cuando en España se habla de reconciliación y de consenso, hay seguro un reparto del botín». Mientras tanto, García-Trevijano mantenía la idea inicial de la ruptura y fue encarcelado sin juicio por Fraga y mantenido allí por Felipe González, quien se dedicaba a convencer al resto de personalidades europeas de que no intercediesen por el abogado, con el falso pretexto de que mientras estuviese encerrado serviría como mártir.

El 15 de Junio de 1977, al amparo de la ley franquista para la Reforma Política, con partidos políticos aún sin legalizar, se celebran las primeras Elecciones Generales a Cortes, tal y como se celebran a día de hoy. Los votantes podían votar por un partido u otro mediante el sistema proporcional de listas (a petición de Felipe González, contrario al sistema electoral mayoritario inglés, que proponía Fraga) para que ocuparan los escaños del Congreso de los Diputados y del Senado. No existía otro propósito más que el de formar un nuevo Parlamento y un nuevo Gobierno.

Cuál fue la sorpresa de los españoles cuando vieron cómo, por obra y gracia de Dios, que las cortes ordinarias se transformaron en cortes constituyentes, esto es, cortes cuyo propósito era elaborar una constitución. ¿Quiénes decidieron el contenido de la Carta Magna? Desde luego, los españoles no. La «constitución» fue elaborada en secreto y su contenido no salió a la luz hasta que un periodista de Cuadernos para el Diálogo, Pedro Altares Talavera, publicó un borrador filtrado, generando un escándalo y gran indignación entre los «constituyentes» (constitucionarios, más bien).

Traigo a su conocimiento un par de párrafos del número 239 del 26 de noviembre de 1977, para que pueda hacerse una idea de lo que se cocía:

Lo han leído ya el Rey, el presidente Suárez, cuatro ministros y el cardenal Tarancón; ha pasado por tres Facultades de Derecho de Madrid y Barcelona, por el palacio de la Generalitat y está en un armario de la Redacción de Mundo Obrero. “¿Por qué se le escamotea al resto de los españoles?”. Hay unos segundos de silencio. Nuestra fuente informativa acaricia el borrador constitucional, titubea, nos mira y al fin dice: “Tomadlo, pero os van a echar los perros

“Los siete diputados encargados de redactar el borrador de nuestra futura Constitución– se referían a Herrero de Miñón, Cisneros, Pérez-Llorca, Peces-Barba, Roca y Junyent, Solé Tura y Fraga– han alumbrado por fin a la ‘criatura’. Todos, sin excepción, han guardado celoso silencio y no ha podido filtrarse ningún pormenor de su embarazoso texto. Pese a ello, Cuadernos ha conseguido el texto íntegro de este primer borrador”

Sobre las reacciones de los juristas, la revista Informaciones publicaba el 23 de noviembre de 1977:

Indignación por la difusión del borrador constitucional   

“Don Gregorio Peces Barba, parlamentario del P.S.O.E., e integrante de la ponencia que ha redactado el borrador de la nueva Constitución, ha presentado la dimisión como miembro de la Junta de Fundadores y del Consejo de Administración del semanario Cuadernos para el Diálogo, revista que ha publicado esta semana los 29 primeros artículos del texto constitucional. Esta dimisión está motivada, según ha podido saber INFORMACIONES, por el total desacuerdo del señor Peces Barba con la publicación del contenido del borrador constitucional. Al parecer, la revista tiene en su poder el resto del articulado y piensa publicarlo la próxima semana.”

Finalmente, el 6 de diciembre de 1978 se celebró un plebiscito (que no referéndum) con la pregunta «¿Aprueba el Proyecto de Constitución?», o lo que es lo mismo, ¿acepta nuestro proyecto o prefiere el caos, la guerra civil o, como mínimo, prolongar la dictadura? No creo que nadie escoja lo que le conviene cuando le apuntan con un arma. El 92% de los que votaron votó Sí, con un 33% de abstención.

Tenemos pues que la «constitución» fue escrita por unas cortes que no eran constituyentes, de espaldas a la nación, por un poder previamente existente (franquistas y advenedizos) cuando aún ni siquiera todas las formaciones políticas habían sido legalizadas. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué una constitución tiene ese nombre? ¿Qué es lo que constituye? En próximos artículos quedará sobradamente explicado. El resultado fue una «constitución» mal copiada de la «constitución» italiana y de la Ley Fundamental de Bonn, o lo que podríamos llamar la «constitución» alemana aunque ellos sí conservan el nombre correcto que le dieron a finales de los años 40. Un ejemplo claro de esto es el artículo 155, sacado del 37 en el texto alemán (se dará cuenta de que no supieron traducir el funcionamiento de los landers al de las autonomías). En la «constitución que nos hemos dado» (comprenderá ahora la ridiculez de la frase) quedaron establecidos varios pilares fundamentales sobre los que se asienta el ordenamiento jurídico posterior:

  • Forma de Estado: Monarquía.
  • Forma de gobierno: Parlamentarismo (en apariencia).
  • Ordenamiento territorial: Estado unitario con autonomías.
  • Sistema electoral: Proporcional de listas por circunscripción provincial. El Presidente del Gobierno proviene del Parlamento.

A la luz de los hechos descritos hasta ahora, ¿cuál diría que es la relación de poder existente entre la nación y los que controlan el Estado? ¿Cuál de los dos grupos manda, el Estado o la nación? ¿Cuál obedece?

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