Don Antonio García-Trevijano, una vida ejemplar.

El 28 de febrero de 2018, llamado Día de Andalucía, falleció don Antonio García-Trevijano Forte, mi Maestro. Es como si la Historia, con su particular sentido de la oportunidad, quisiera burlarse de todas esas instituciones andaluzas que vivieron silenciando al mayor pensador andaluz; porque esa fecha quedará reconocida por la posteridad, no por ser el Día de Andalucía, sino por ser el día de la muerte de un pensador universal, de un andaluz con patria española.

Nació con un talento natural que pronto lo utilizaría para penetrar en la realidad política como nadie. Esa capacidad fue la que le permitió entender, sólo con dieciséis años, la importancia que tenía pasar de las ideas a la acción, y fue con esa edad cuando acometió su primera actuación de carácter político. Él supo ver que nació en una sociedad que no era libre, una sociedad postrada y a la vez acomodada en una servidumbre voluntaria. Desde entonces hasta el día de su muerte, a los noventa años, la vida de don Antonio puede ser reconocida en esa clave, en la lucha por la libertad.

Nada lo apartó de esa solitaria lucha y es precisamente a través de la acción política como ganó la experiencia necesaria para elevar el pensamiento político a su actual cumbre. Nadie antes en la historia del pensamiento político encontró una definición positiva de la república, convirtiéndose así en un creador del pensamiento político.

Pero hoy, por su trascendencia, solamente quiero señalar un aspecto de su pensamiento, el cual no me consta que haya sido suficientemente destacado, y que consiste en la virtud que tiene de conciliar a la sociedad española con su Nación, y ésta con su Estado. En su Teoría Pura de la República, don Antonio eliminó de su pensamiento político cualquier atisbo ideológico, lo depuró hasta el punto de descubrir para nosotros el fundamento de la libertad política colectiva, el fundamento de la democracia representativa como sistema de gobierno y el fundamento de la república como forma de Estado, utilizando para ello únicamente los principios de la Libertad, la Verdad y la Lealtad, y enseñándonos a través de estos principios a defender nuestra Patria sin caer en la trampa del totalitarismo ideológico. Hasta tal punto integra a la Nación española como una sola realidad política que ni siquiera excluyó una posible monarquía, siempre que se adoptara esta forma de Estado mediante el ejercicio de la libertad política colectiva; de ahí el acuerdo que asumió en su momento con don Juan de Borbón. ¿Se hacen una idea de lo que esto significa?, ¿acaso no resulta evidente que España se desangra por esas heridas ideológicas o pseudo-ideológicas?

Esta Nación, hoy definitivamente huérfana en su devenir político, no sabe que ha perdido al creador de su única esperanza política, justo cuando el proceso degenerativo incubado por la mal llamada Constitución española hace más patente su progresiva desintegración.

A poco que se piense, el lector debe caer en la cuenta del crimen que se ha cometido contra España al dejar en el ostracismo a su mayor defensor. Este sistema de partidos, esta oligarquía, quiso silenciarlo para siempre, y, paradójicamente, lo han inmortalizado. Su persona trasciende a su vida terrena, su muerte no es más que el final de la primera etapa de su lucha.

Don Antonio, descanse en paz.

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