Manifiesto por la democracia en España.

Estimados compatriotas, queridos amigos.

El sistema político español nacido de la Constitución de 1978, del que hoy se cumplen 42 años, se encuentra en una crisis profunda y múltiple: una crisis de legitimidad; una crisis moral y, sobre todo, una crisis de funcionamiento que han generado una enorme desafección ciudadana hacia los partidos políticos y las instituciones,  y que ponen  en peligro  el bienestar social,  la unidad nacional y la convivencia. La crisis financiera, las enormes tasas de paro y precariedad laboral, los precios abusivos de la energía, las tensiones territoriales, las decenas de miles de muertos en la pandemia o el enorme retraso en la administración de justicia son todos síntomas de una misma enfermedad, que se llama abuso de poder de los partidos políticos, y que se manifiesta todos los días como ineficiencia, irresponsabilidad y corrupción.

Pese a lo que afirma el discurso oficial, el sistema político imperante en España no es una democracia, sino una partitocracia, un gobierno de las estructuras partidistas que han usurpado el poder político y medran a costa de los ciudadanos bajo la ficción de un régimen democrático. No es una democracia porque el pueblo no gobierna ni decide,  ni  directamente  ni  a  través  de  representantes.  Las  formas  de  democracia directa, como el referendo o la iniciativa legislativa popular, están extraordinariamente restringidas por nuestra Constitución. Tanto, que apenas se han empleado en los 42 años desde la Transición. Tampoco es una democracia representativa, como se dice repetidamente, puesto que no existe representación efectiva entre el pueblo supuestamente representado  y sus  supuestos representantes:  los políticos,  quienes, como élite social, monopolizan el poder del Estado promoviendo sus propios intereses y los de sus burocracias partidistas. Los partidos no sólo no resuelven los problemas de los ciudadanos, sino que crean nuevos problemas y empeoran los que ya existen. No los queremos. No los necesitamos.

Los ciudadanos hemos de percatarnos de que otra forma de gobernar no sólo es posible,  sino  deseable  para dirigir  nuestros  destinos  hacia  una  mayor  felicidad individual y colectiva, usando equitativamente los recursos públicos para perseguir nuestros fines a todas las escalas de la administración: ayuntamiento, provincia, comunidad autónoma y gobierno central.

Lo que puede pensarse, puede hacerse. Está en la mano de cada uno de nosotros aportar nuestro grano de arena para conseguir una sociedad más justa, armoniosa y feliz. Las clases privilegiadas se opondrán a ceder privilegios. No van a facilitar la transición. Eso es seguro. Les va muy bien como hasta ahora. Depende de nosotros, los ciudadanos, organizarnos de tal manera que forcemos a las clases privilegiadas, por medios pacíficos, a aceptar una reforma profunda del Estado y sus instituciones o, en caso contrario, su sustitución por una democracia.

Algunas de las medidas de presión al régimen que pueden ser útiles y que se podrían adoptar son: la huelga general indefinida, la abstención electoral masiva o el apoyo a partidos ciudadanos que dejen vacantes los escaños como forma de visibilizar el rechazo a una forma de gobernar despótica, injusta e irresponsable, que resista todo compromiso con el régimen, y que sólo se avenga a negociar la transformación democrática profunda y real del sistema, sin transacciones.

Cualesquiera que sean las medidas de presión concretas, los ciudadanos hemos de concienciarnos del problema, superar el individualismo y la intolerancia para unirnos en pro de nuestros intereses comunes. Hemos de identificar correctamente a nuestro adversario, que no son los votantes del PP, ni del PSOE, ni de Podemos, ni de Vox, que son nuestros iguales, con iguales preocupaciones, problemas e ilusiones que nosotros. Nuestro adversario son los dirigentes de los partidos y sus vasallos, que parasitan al ciudadano y nos manipulan enfrentándonos unos contra otros.

Los políticos se sostienen con leyes hechas a su medida, y la Constitución es la ley fundamental de la que emanan sus abusos. Hoy, tras 42 años de partitocracia, por fin ha llegado el momento de sustituir las reglas de este juego trucado en el que siempre nos toca perder. Ha llegado el momento de que el poder resida en el pueblo, en los ciudadanos, en todos nosotros; el momento de abrir un proceso constituyente para la España del siglo XXI que ponga a los ciudadanos y sus intereses por delante de cualquier otra consideración, y que nos dote del poder de gobernarnos a nosotros mismos, de intervenir directamente en las decisiones que nos afectan, sin intermediarios que usan nuestra confianza para acumular privilegios a nuestra costa. Por ello, hoy, pedimos una Constitución ciudadana para España.


Adaptado del libro Revolución democrática. Una propuesta de emancipación política ciudadana para España (Amazon, 2020).

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