¿Constitución o caos?

«Constitución o caos», así acabó este domingo su artículo de opinión un notable periodista en su diario digital. Tras hacer una rigurosa descripción de los hechos que ponen de manifiesto la decadencia de nuestras instituciones públicas, este periodista llega a la conclusión que llegaría un mal estudiante de matemáticas a su resultado tras hacer un buen planteamiento del problema. No acierta con el razonamiento. Y como lo intuye, porque ofrece más de lo mismo, constitucionalismo y constitucionalismo, en apoyo de su conclusión apela al recurso del miedo a otra posibilidad, saltando de la ciencia al esoterismo.

Teniendo presente la diferencia existente entre una amenaza física a la vida, como puede ser la erupción de un volcán, y la amenaza de un caos social, no es inoportuno recordar que el fundamento biológico del miedo es ajeno al proceso racional, y su función es la de salvar la vida del sujeto en peligro. El curso fisiológico de esa emoción en el ser humano es muy curioso: los núcleos de la amígdala envían órdenes al hipotálamo y al tronco encefálico produciendo diversas reacciones paralelas, como la alteración del ritmo cardiaco y de la presión arterial, un cambio de la pauta de la respiración, así como la modificación del estado de contracción del intestino. A su vez, dependiendo del contexto en el que aparece el peligro, éste puede dar lugar a la paralización o a la huida del individuo.

El problema que tiene este sistema de protección natural, es que si está originado por una falsa alarma, en lugar de salvarnos la vida, el miedo se convierte en un factor de estrés, y el estrés que se prolonga en el tiempo, destruye la vida tanto mental como física.

Utilizar el miedo en la actual situación política y sanitaria es síntoma de impotencia y decadencia, y desde luego, como estrategia, absolutamente errónea y desastrosa. Para empezar, porque la expresión «Constitución o caos» es falaz, y no hace más que favorecer al enemigo. Si de verdad quiere describir la situación empleando esos términos, lo correcto es decir «El caos de la Constitución», porque todo lo que denuncia está dentro del juego de este régimen del 78. ¿Acaso la politización del Órgano de gobierno de los jueces, no se hace con las normas allí aceptadas? ¿Acaso la designación de los diputados del cuerpo legislativo, no obedece a los mismos intereses que a los intereses de los partidos que ostentan el poder ejecutivo elegidos en unas mismas elecciones? ¿Acaso, los partidos nacionalistas, no utilizan esas mismas reglas para destruir España?

Nunca existió un sistema democrático en España, porque nunca interesó al poder político. España tiene unos partidos políticos estatales que se dotaron de unas reglas jurídico-políticas partitocráticas. La evolución natural de este sistema, dada nuestra historia reciente, es que el Estado quiera acabar con su Nación. Ese es el gran dilema de esta oligarquía, se le muere el huésped al parásito, porque los oligarcas acomodados a la unidad nacional están perdiendo y perderán el pulso frente a las crecientes fuerzas centrífugas, nacionalistas y autonomistas unidos por la ambición de poder. España cada vez se parece menos a España.

Nuestras instituciones políticas son mecanismos de control férreo al servicio de los partidos. Tan cierto es esto, que una de las personas más lúcidas y decentes de la transición, como es el caso del filósofo Julián Marías, senador por designación real en las Cortes constituyentes, lo dejó descrito con las siguientes palabras en sus memorias:

Mi inexperiencia política me hacía observar con sorpresa, y un poco de repulsión, lo que se llama «disciplina de partido», llevada al extremo de votar lo que indicase el portavoz, fuese cual fuese la opinión personal del votante. Me parecía un sacrificio innecesario de la libertad y la responsabilidad, no ya de cuestiones decisivas en que fuese menester mantenerse unidos, sino en todo caso. Esto llevaba consigo la decisión de no tomar en cuenta las razones de los demás, ni lo que en la Cámara se dijera, y esto me parecía la destrucción de la esencia de todo parlamento, cuya misión principal es parlar, hablar —se entiende, para ser escuchado—. En una ocasión lo formulé así con la mayor energía, en una sesión en que se había anunciado por los partidos la decisión previa de no tomar en cuenta nada de lo que se dijera. Todo esto me hacía sentir que podía estar cumpliendo un deber, prestar un servicio ocasional a mi país en un momento de reconstrucción política, pero que mi lugar verdadero no era ese mundo.

Julián Marías se apartó de la política; nosotros, la parte más viva y noble de la sociedad civil, no podemos permitirnos ese lujo, tenemos que implicarnos en ella, precisamente por un sentido del deber. Pero no es el miedo lo que debe movernos o paralizarnos, es la cultura, la confianza en nuestros valores, el amor a la libertad y a nuestra Nación lo que debe guiarnos en estos tiempos.  

Cincinnatus.

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