Una pseudodemocracia sofista.

Generalmente, nunca en un artículo se comienza por el título. Sin embargo, les seré sincero, esta vez lo tuve meridianamente claro.

Nuestro sistema, presuntamente democrático (me permitirán que por mi condición de penalista quiera conceder incluso la presunción de inocencia a aquel que la perdió o ni siquiera erigió tal) presenta deficiencias de base que impide el control de nuestras instituciones y gobernantes.

Tales deficiencias sistémicas convierten nuestro sistema en una pseudodemocracia al servicio de la doctrina del sofismo, una pseudodemocracia orientada al dote de la retórica, acomodada en la capacidad de la persuasión y despojada de escrúpulos en el ágora parlamentario.

Empero de lo anterior, me dispensarán desde la modestia de estas breves letras, centrar mi atención en la base de esta estructura estéril y jerarquizada: nosotros.

¿Dónde está la sociedad socrática? ¿Dónde está la búsqueda de la virtud? ¿Tan lejos quedó la filosofía de Platón acerca de lo que consideraba un gobierno justo?

Son cuestiones que no sugestionan una respuesta uniforme. Nada hace pensar que debamos aplicar recetas platónicas, pero no cabe duda de que cualquier reflexión que provoque un cambio será buena para todos.

El ejercicio espurio de la política se ha tornado en un santuario de la impostura y la manipulación demagógica mediante sus tentáculos mediáticos. Hoy que tanto oímos aquello de la inmunidad de rebaño en los medios de comunicación, habida cuenta de la crisis sanitaria, se esconde torticeramente la vulnerabilidad del rebaño en la grave crisis intelectual o cognitiva que se nos presenta.

El adoctrinamiento sistemático y automatizado comienza desde que nacemos, la ignorancia da pie al imperio de la creencia de que todos somos iguales. Este es, a mi humilde entender, el sostén de la maniobra de somatización pública.

Los gobernantes han creado un sistema cerrado que impone categóricamente la noción de lo igual y que excluye lo distinto: cualquier brecha en este sistema podría ser altamente perjudicial para los intereses partidistas de nuestra clase política.

Hoy intentaré atentar con ese tupido discurso de aquel pseudointelectual que defiende la igualdad, procurando cimbrar las bases del Estado social del mal entendido bienestar.

¿Han recaído en que si todos quisiéramos ser distintos en dicha voluntad proseguiría lo igual?

¿Han considerado que la noción del poder hacer ha desaparecido por el debo hacer? Fíjense en esa juventud que recién terminados sus estudios universitarios y postgrados consienten reiteradamente y de forma generalizada trabajar gratis o cuasi gratis bajo la premisa de que las ganancias son el conocimiento. Esa pérfida lógica se traduce en la alineación de una carencia de derechos socialmente aceptada, donde la sobreexplotación del Yo radica en el comportamiento igualitario de todos.

Todos los iguales aceptan lo mismo. Todos los iguales aceptan las reglas del sistema sin ser cuestionadas. Cualquier nueva idea para cambiar de verdad se tacha de imposible, de quimera. Este sistema nos hace creer que tenemos menos poder del que realmente tenemos.

¿Han reflexionado sobre el porqué del avance sin control de las nuevas tecnologías? Tomen, verbigracia, la sustitución de las relaciones personales por las conexiones telemáticas y la sobremediatización informativa. La comunicación digital, que es superflua en comparación con la cercanía entre personas, cada vez va sustituyendo a ésta última y genera a seres humanos con una emocionalidad superflua; fácilmente manipulables por la continua excitación emocional que reviste la política en los medios de comunicación.

¿Han apreciado que todos decimos que no tenemos tiempo para nada? La aceleración de nuestro día a día nos resta capacidad cognitiva y no dilucidamos siquiera la importancia del propio tiempo, un tiempo para nosotros.

Somos un rebaño vulnerable e inconsciente que camina lento en la involución del ser humano, para convertirnos en zombis de lo igual, que es lo más fácil de controlar.

Así las cosas, espero haber espolvoreado, aunque sea por medio de la provocación, distintos sentimientos según el lector. Ya con ello habré conseguido el objetivo de pasar de lo igual a lo diferente; de la inacción a la acción para cambiar las cosas, por mínima que parezca. Pues como decía un buen amigo mío parafraseando a Gandhi «cualquier cosa que hagas será insignificante, pero es muy importante que la hagas».

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