Entre la admiración y la compasión.

Afirma el neurocientífico Facundo Manés que el cerebro utiliza el conocimiento para protegerse, entendiendo por conocimiento la correcta percepción de la relación de los hechos o ideas.

Siendo así, debemos preguntarnos si en estos momentos el permanente aluvión informativo al que debemos estar atentos como a una cuestión de vida o muerte, nos permite recabar la información adecuada para que extraigamos el correcto conocimiento de la actual situación.

¿Están los dirigentes políticos ofreciendo una correcta información del estado y funcionamiento de las instituciones públicas?, ¿son los periódicos y demás medios oficiosos, leales informadores de su público?, en mi opinión, a estas alturas, estas preguntas resultan retóricas pero necesarias, debemos traerlas a nuestra conciencia social.

Y es que tengo la sensación de que nos adentramos en un estado de conciencia colectiva desconocido y preocupante ya que empezamos a carecer de dos sentimientos sociales básicos para nuestra convivencia: la admiración y la compasión. Es estremecedor ver cómo verdaderos dramas personales y familiares acaban atrapados en una maraña burocrática sin orden ni concierto y donde la maquinaria funcionarial utiliza cualquier pretexto para eludir su responsabilidad. Es desolador sentir que España actualmente es incapaz de encontrar los líderes que nos permitan salir de nuestras propias circunstancias. Nada es casual.

Una sociedad sana, con los valores morales bien asentados, tendría claro qué miembros de ella son dignos de admiración y de compasión, quiénes merecen gozar de autoridad institucional y quiénes no. Pero, ¿es así? Nos hemos alejado tanto de nuestra naturaleza social que empiezo a encontrar dificultades para reconocer esos rasgos característicos. Hasta los monos capuchinos, según un estudio, parecen reaccionar ante las injusticias que perciben; si es así, desde luego, alguien podría afirmar que están más evolucionados que nosotros.

Hablando de ello, el profesor Antonio Damasio señala que los hechos y objetos que admiramos definen la categoría de una cultura, al igual que nuestras reacciones ante quienes son responsables de esos actos y objetos. Y añade que cuando no median recompensas adecuadas, se reduce la probabilidad de que comportamientos considerados admirables sean emulados, conclusión que aplica igualmente a la compasión.

La realidad es que este sistema oligárquico silencia a todo lo que pueda hacer sombra a su poder político y destruye la conciencia social para protegerse de ella, de la sociedad civil. Enmarca la atención pública en personajes grises y vacíos de carisma, sin más mérito que el que le otorga su currículo político. Nos inculcan sus mensajes a través de sus medios oficiosos hasta la náusea. Es un espectáculo siniestro ver a esos políticos comparecer siempre rodeados de personas que ni aportan ni cuestionan nada, no es más que un puro teatro.

Debemos ponernos a salvo de todo eso, hemos de buscar el conocimiento en tierra firme, en la ciencia, en medios informativos realmente independientes. El conocimiento protege a nuestro cerebro. Es fundamental la información veraz, y por ello sigo la norma de que todo lo que no se financie con recursos propios o con sus lectores o audiencias debería ser puesto bajo sospecha. Y por último, todo medio que siga afirmando que España se rige por un sistema de gobierno democrático, lo descarto por ocultar la realidad.

Hace tiempo, un auténtico revolucionario lo dejó dicho, la verdad nos hará libres.

Cincinnatus.

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