La verdad nos hará libres.

Cuenta el profesor David. D. Franks en un tratado de neurociencia, que en un experimento sobre el campo cerebral de la imitación, se trabajó con dos grupos de personas en paralelo para ver el efecto que tienen los estereotipos en nuestro cerebro. El experimento consistía en dar a los dos grupos una charla, pero uno de ellos fue expuesto a unas palabras introducidas convenientemente y relacionadas con la ancianidad. Cuando el grupo objeto de esas palabras salió de la sala para dirigirse a un ascensor, éstos caminaban significativamente más despacio que el grupo no expuesto a esos estereotipos.

Tras un confinamiento como el sufrido por todos nosotros, en el que hemos comprobado cómo los medios informativos ejercían de verdaderos agentes propagandísticos en el empeño de ocultar la realidad con unas dosis de cinismo que ni el más dócil conciudadano estaba dispuesto a defender, resulta oportuno hacerse la siguiente pregunta, ¿qué efecto ha tenido en mí, toda la in-formación ofrecida por los agentes mediáticos oficialistas durante estos años? La exposición a estos medios ha sido una constante desde 1978, fecha desde la que los altos órganos de gobierno nos vienen bautizando a todos con el agua bendita de la democracia. Lo que nos vienen a decir es que una cosa era el rechazo que despiertan las instituciones de una dictadura, pero nuestra democracia…, en nuestra democracia hay que creer ciegamente.

Desde niño fui preparado para aceptar la autoridad moral que imprimen los agentes mediáticos. Colaboradores necesarios de este régimen, ensalzaban a unos y defenestraban a otros según convenía, imprimían moralidad a hechos inmorales y silenciaban hechos que estorbaban a sus fines, todo ello con una constante, la alabanza a nuestras instituciones políticas. Había que ver los telediarios, me advertían mis profesores, leer la prensa era cultivarse, e incluso me llegaron a decir que cinco años leyendo periódicos equivalía a la formación obtenida con una licenciatura. Hoy me doy cuenta de que esto último es cierto, pero no por mérito de la prensa sino por demérito del nivel de las universidades, puro oficialismo.

Sin embargo, durante todos esos años de fe inculcada en este régimen mi conciencia se sentía dolida con mi actitud política, había algo que me impedía estar en paz con mi cultura política, con mi Nación, en definitiva, con mi conciencia social; tenía necesidad de entender la realidad, y sin embargo, cuanto más parecía saber, más chocaba a la vez con mis planteamientos ideológicos.

Sin saberlo, a medida que me formaba con los agentes mediáticos, con la universidad del régimen, a medida que cumplía con los estereotipos de lo cultural, mi estructura sicológica se iba corrompiendo, había aprendido a defender una cosa y su contraria a la vez.

Hoy sé por fin qué me pasaba, mi conciencia se dolía de una amputación sufrida con mi nacimiento en el seno de un régimen oligárquico. Me amputaron la libertad de pensamiento, y como si del proceso cerebral del miembro fantasma se tratara, mi conciencia me reclamaba esa parte esencial del individuo. Lo extraordinario es que desde que decidí pasar a la acción democrática, desde que decidí enfrentarme a este régimen partidocrático, mi conciencia ha dejado de dolerme, hoy vivo con plenitud personal, familiar y social; con plena consciencia de quiénes son mis amigos y dónde está el verdadero enemigo de mi Nación.

Nunca habrá libertad sin verdad, nunca habrá verdadera democracia sin libertad constituyente.

Cincinnatus.

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