Ni esto es una democracia, ni aquella es nuestra república.

Al parecer se preparan cambios institucionales. El poder político se alimenta sólo de más poder y da la sensación de que le está llegando la hora a la Institución monárquica, pieza clave en la actual Constitución española. La intuición del oportunismo político partitocrático les debe decir que puede ser una buena jugada a medio plazo político. Si el movimiento va en serio, pronto veremos encuestas convenientemente realizadas para que la Monarquía española parezca poco más que un animal disecado sin respaldo social alguno, y detrás vendrán los cambios de discurso de quienes hoy se declaran leales valedores de esa Institución.

De momento, en los últimos días, empiezan a coincidir espontáneamente artículos periodísticos donde se echa de menos un partido de derechas republicano, es como si se tratara de una invocación al dios político, para que provea como es debido. Pronto veremos oportunistas de larga vida política en este régimen proponerse como esa opción política, no cabe ninguna duda.

Pero lo que más preocupa de esta iniciativa cariñosamente abrigada por el actual Gobierno de España, es que la idea de república que quiere imponerse a nuestra sociedad, es aquella de 1931, una república que sólo tenía en cuenta a una parte de la sociedad, los trabajadores, dejando sin espacio a todo lo demás. Es decir, una nueva semilla de discordia. La llamada izquierda española insiste en idealizar aquel texto para así continuar su guerra política pero por otros medios.

Efectivamente, la historia política permite afirmar que república es aquella forma de Estado que no es una Monarquía; sin embargo, las cosas no pueden ser tan fáciles. ¿Quién será el Jefe del Estado?, ¿quién ostentará la Jefatura de las Fuerzas Armadas?, ¿en nombre de quién se dictarán las sentencias judiciales?

Un sentimiento republicano auténtico pasa primero por el respeto a la Libertad Política Colectiva, sin ella, no cabe más consecuencia que la concentración del monopolio de la violencia, la fuerza del Estado, en los actuales partidos políticos. Un premio que apetecerá a todos ellos tan pronto como vean el fruto suficientemente maduro.

Es verdad que el Rey emérito carecía de la legitimidad nacida de unas elecciones donde la Nación reinstaurara esa forma de Estado. Se debe recordar que ni siquiera Juan Carlos I fue el sucesor dinástico de la Familia Real española, lo cierto es que fue sucesor del General Franco y por designación de este último.

Pero aquellos que sentimos la forma republicana como la conquista de una sociedad moral, cultural y políticamente libre, sabemos que la república no consiste en la mera ocupación de un trono vacante por un sistema de rotación de dirigentes de partidos políticos. Las repúblicas no advienen, únicamente se conquistan por pueblos valientes y libres.

Por ello, para que cualquier forma de Estado tenga la necesaria legitimidad ante la Nación, es imprescindible que ésta imponga al Estado la apertura de un periodo de libertad constituyente en el que decidir de qué forma de Estado quiere servirse, si una Monarquía o una República.

Todo lo que no se plantee de este modo, servirá únicamente para una mayor concentración del poder político en las manos de esta oligarquía de partidos, es decir, un paso más hacia una forma de totalitarismo soviético. Estamos jugando con fuego, cada vuelta electoral, será una vuelta más en la ruleta rusa, bien lo saben quienes empuñan el arma apuntando a la sien de esta sociedad.

Cincinnatus.

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