Cómo derrotar a la partidocracia.

Todos los partidos de la partidocracia (PSOE, PP, Podemos, VOX, C’s, PNV, ERC y cualquier otro sin excepción) conforman una sola Gran Corporación que nos domina.

Están todos en el ajo. Todos los partidos son socios y colegas en el fondo. Obsérvalos bien: todos protegen unos intereses corporativos comunes para seguir existiendo. A pesar de estar aparentemente divididos en partidos enfrentados, y venderse al público como productos distintos, su interés como Gran Corporación es vivir a costa del contribuyente.

Con el fin de perpetuarse y dominarnos, los partidos políticos nos chupan la energía sembrando divisiones entre nosotros. Estos parásitos se alimentan de nuestra mente, nos dividen artificialmente con toda clase de ideologías y debates, y unos apelativos tan falsos y ridículos como «ultraizquierda»o «ultraderecha». Los partidos quieren que nos peleemos entre nosotros para que malgastemos nuestra energía y no la descarguemos contra ellos, que son nuestros verdaderos enemigos: la partidocracia causante de la actual hecatombe económica y moral de España.  

Da pena cuando dos personas inteligentes, cada una mentalmente parasitada por un partido, se pelean para demostrar que «x» partido es menos malo que otro partido. En realidad, es como si dos esclavos se pusiesen a discutir sobre cuál de sus dos amos le maltrata menos. Mientras tanto, los dos amos explotan a ambos esclavos y se turnan en el reparto del botín, muy complacidos por una mano de obra tan sumamente obediente y que no cuestiona sus propios grilletes.

Mediante una propaganda constante en los medios de comunicación públicos y privados que ellos controlan, los partidos políticos sobreviven diciéndote que si no votas a ninguno entonces ganará el partido que supuestamente es peor para ti, ya sea de «ultraizquierda»o de «ultraderecha». A causa de este sencillo engaño, que hasta el más despistado advierte, el pueblo español acude a las urnas lleno de miedo y resignación. Con un simple pero efectivo círculo vicioso, basado en el clásico dilema del prisionero, el sistema se mantiene y el pueblo se precipita hacia su propia ruina de manera voluntaria.

¿Cómo romper el círculo vicioso? Toda trampa sencilla se desactiva de una manera sencilla, pero décadas de adoctrinamiento sistemático hacen difícil de ver una solución tan fácil, tan obvia… que todos tenemos delante de nuestras narices. Es tan simple que pocos lo ven. El dilema del prisionero es tan fácil de solucionar como preguntarse: ¿y por qué voy a ser un prisionero? ¡Yo soy libre y no debo estar en esta cárcel!

El voto es el acto ritual por el que, cada cuatro años, entregas tu poder a la Gran Corporación de partidos. El voto nos encarcela en el sistema que hemos votado: independientemente del partido que gane, ellos te gobiernan porque has aceptado esas reglas de juego.

Como corderos yendo a su propio matadero, los votantes hacen cola para servir de alimento a quienes se los comen. Deja de regalarles tu valioso poder y nuestros amos se debilitarán; sólo así dejarán de ser fuertes y entonces será posible derrotarlos. Necesitan de tu sangre para alimentarse. ¡No les des ni una gota más! 

Así, cuando depositas tu voto en la urna, les estás entregando tu poder. Si el pueblo no votase, se guardaría el poder para sí mismo, y entonces no perdería su poder político.

La clase gobernante se debilita sin el apoyo de un pueblo poderoso. Pero la debilidad de los gobernantes no es suficiente para derrocarlos: tienen el corazón tan corrompido que aunque votase el 0,1% del censo electoral no dimitiría ni uno, y se inventarían cualquier excusa para aferrarse al sillón. Es precisa, por tanto, la acción política colectiva del sujeto constituyente (el pueblo-nación) para rematar al debilitado parásito que usurpa la soberanía.

El pueblo gobernado es incapaz de cambiar el sistema político si la clase gobernante (gobierno-oposición) es fuerte, es decir, si ostentan sus cargos con la legitimidad de una mayoría del electorado que ha participado en dicho sistema. Pero si la clase gobernante es débil, es decir, si se sujeta al poder «con pinzas», facultados por una minoría del electorado y los residuos de una legalidad puesta en tela de juicio por una sociedad civil más poderosa y numerosa (que les ha retirado conscientemente el voto), basta una movilización masiva y pacífica por toda España exigiendo la disolución del gobierno para que, tras algunos meses de presión social, los hostigados gobernantes no tengan otra salida que claudicar y declarar al ejecutivo en funciones.

En tal situación es predecible que ya existan portavoces con suficiente prestigio y relevancia, respaldados por plataformas civiles opuestas al gobierno formadas por diversos colectivos sociales y profesionales (jubilados, estudiantes, transportistas, policías, agricultores, médicos, profesores…), que presionen juntos al ejecutivo en funciones con el fin de que facilite los medios de la administración pública en la creación de una Asamblea Constituyente que ponga fin a la partidocracia.

La acción constituyente del pueblo-nación debe basarse en la no violencia y en una honra superior a la inmundicia moral de los viejos gobernantes y sus lacayos. Por esa razón, lógicamente, el funcionamiento electoral de la Asamblea Constituyente ha de ser distinto al antiguo sistema que fue la causa del enfrentamiento que la produjo. No podría caber, en consecuencia, una asamblea donde se vote a listas de partido; se habrá de optar necesariamente por otro sistema electoral, como el uninominal, en el cual no se votan a listas de partido, sino a personas físicas independientes, a representantes de distrito. Con el censo electoral español dividido en distritos de 100.000 habitantes aproximadamente, saldrían elegidos por mayoría simple alrededor de 360 diputados de distrito: los mandatarios encargados de debatir y diseñar al milímetro, durante uno o dos años si es necesario, la nueva Constitución.

En ejercicio de la libertad política colectiva, la voluntad del pueblo español depositaría a partir de entonces su soberanía nacional en esos 360 diputados constituyentes, vigilados muy cerca por cada uno de sus respectivos distritos de 100.000 votantes, con poder de revocar a sus mandatarios por mayoría en todo momento.

El proceso constituyente puede llevarse a cabo con el país y su administración pública en marcha (gobierno en funciones) durante meses de concienzuda deliberación social. Mientras se desarrolla el debate a todos los niveles, dentro de una sociedad plenamente informada y con libertad de pensamiento, los mandatarios constituyentes van trabajando sosegada y minuciosamente en la redacción del texto constitucional. Cada capítulo que se termine de redactar se sometería a referéndum, y poco a poco iría naciendo, por primera vez en nuestra historia, una verdadera Constitución: transparente y consentida por un pueblo que ha sabido liberarse de sus cadenas.  

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